lunes, 17 de septiembre de 2007

El Hijo Pródigo


La parábola del Hijo Pródigo (Lucas, 15, 11-32) es sin duda alguna uno de mis pasajes favoritos de la Biblia. En mi condición de católico que intenta serlo de obra y no sólo de palabra, he leído dicho texto en más de una oportunidad. Y ciertamente, mientras más lo leo, más me seduce el mensaje del mismo.

No soy muy original en lo de dejarme seducir por el mismo. Henri Nouwen, un sacerdote holandés de profunda espiritualidad, nos dejó un hermoso libro que recomiendo a quien esté interesado, llamado "El Regreso del Hijo Pródigo", un hermoso y profundo análisis de la parábola. No es que sea el único libro sobre el tema, y a lo mejor alguien más ilustrado en la materia concluye que tampoco sea el más completo, pero es un texto imperdible, aún para quienes no profesan religión alguna.

Y es que Nouwen, parte su análisis, no desde el texto mismo de la parábola, sino de la creación artística de uno de los grandes pintores de todos los tiempos, que tampoco pudo evadir el particular encanto del pasaje bíblico, otro holandés: Rembrandt; éste dibujó, en 1662, casi en el ocaso de su vida, una obra del mismo nombre de profundo contenido en cada una de sus imágenes.

No era la primera vez que el pintor holandés dedicaba su obra al Hijo Pródigo. Ya en 1635 dibujó a dicho personaje en una taberna. Pero, la particularidad de la segunda obra es que la misma se concibe precisamente cuando la vida de Rembrandt ha sufrido los embates de una serie de tragedias, y también en medio del descalabro económico dentro del cual concluyo su existencia. Nouwen parte de ese punto para elaborar un emotivo y sentido análisis de la pintura, la cual tuvo la suerte de contemplar en San Petersburgo. Y luego a partir de la obra, se introduce en el análisis de la parábola y sus distintos personajes.

La parábola es hermosa aún si la circunscribimos al aspecto netamente literario, pero obviamente se enriquece de manera indescriptible al descubrir tras la misma el mensaje que Jesús nos deja a quienes creemos en El. De forma fascinante, cada lectura permite descubrir detalles que uno no había tenido en cuenta en la lectura anterior. Y dentro de los mismos, particularmente me emociona el descubrimiento que Jesús nos hace del Padre. Desmitificando prejuicios con respecto a un Padre castigador, intratable y tenebroso, deja al descubierto a un Padre poderoso en su amor y dentro de ese amor en la impresionante misericordia que guarda para con sus hijos. Con el que regresa luego de haberle faltado como el pródigo, y con el que se ha quedado ciego a su amor, sin ver que todo lo del Padre es suyo. Conmueve ver a ese Padre, a la espera de sus hijos y saliendo a buscarlos antes que ellos lleguen al hogar ("Mientras el arrepentimiento anda a su lento paso, la misericordia corre, vuela, precipita las etapas, anticipa el perdón, manda delante, como un heraldo, la alegría" Cabodevilla). Así, el relato dice que el Padre al ver a su hijo a lo lejos "...lo vio y sintió compasión; corrió a echarse a su cuello y lo besó. ..." ¡Cuánto amor!

Definitivamente es un Padre pródigo en amor, en misericordia, en bondad. Un amor que fluye de forma indubitable e interminable para todos los que se dejen bañar por El.

Charles Peguy, el poeta y escritor francés que murió peleando en Marne en la I Guerra Mundial, dejo unos versos hermosos que no tienen pierde, sobre la parábola del Hijo Pródigo en su libro Les Mysteres, con el cual concluyo este breve comentario, el cual no tuvo ninguna intención que no sea el compartir simplemente la emoción y alegría que me produce el escuchar y leer este pasaje:

"Había una gran procesión y en cabeza iban las tres parábolas:
la parábola de la oveja perdida,
la parábola de la dracma perdida,
la parábola del hijo perdido.
Pero lo mismo que un hijo es más querido que una oveja
e infinitamente más querido que una moneda,
así la tercera parábola, la del hijo perdido,
es más bella y querida y más grande que las otras parábolas...
Entre todas, entre las tres, la tercera parábola avanza...
Desde hace dos mil años ha hecho llorar a innumerables hombres...
Ha tocado un punto único, secreto, misterioso.
Ha tocado en el corazón.
Es la palabra de Jesús que ha llegado más lejos,
la que ha tenido más fortuna temporal y eterna.
Es célebre incluso los impíos.
Quizás es la única palabra que permanece clavada en el corazón del impío
como un clavo de ternura".

(Imagen: El Regreso del Hijo Pródigo - Rembrandt, 1662)

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Hace quince años


Sábado 12 de Septiembre. 1992. Luego de compartir un momento con los amigos y compañeros de la universidad, cerrando con su respectivo pollito a la brasa con papas fritas en la Av. Primavera, vuelvo a casa. En Lima va cayendo la noche acompañada del agradable vientecillo que anuncia la paulatina despedida del otoño y la inminente llegada de la estación del amor y la alegría: la primavera. Epoca en la que el cielo limeño del eterno color gris panza de burro se deja acariciar por el azul celeste de los cielos donde el sol gobierna en todo su esplendor y en consecuencia los atardeceres se hacen hermosos, especialmente si uno tiene la posibilidad de verlos desde el malecón, donde el sol se refleja en unión imperdible con el Océano Pacífico.

Luego de un duchazo, me planto frente al televisor. La tv por cable es algo aún desconocido por la mayoría de peruanos, y en consecuencia hay que arreglárselas con la programación local. Lo más rescatable: una pelea de box. Macho Camacho defiende su corona y el reto promete estar interesante. De repente, a mitad de la pelea, una interrupción. "Flash de último minuto". Ufa, pensé, y ahora donde fue el atentado o a quien habrán matado. Después de todo los flashes aquellos nunca traían buenas noticias. Al menos no desde hace larguísimos doce años.

Pero esa noche sí. Aunque la noticia era demasiado buena para creerla. "Cayo Abimael Guzmán". Incredulidad, escepticismo. Nahhh, es demasiado bello para ser cierto. Pero hoy no es día de los inocentes, como puede ser que ... "Más detalles en breve". ¿Será verdad? La pelea continúa pero apenas si le presto atención. Sólo miro una y otra vez el pequeño cintillo que corre debajo de la pantalla una y otra vez con la noticia "Fue apresado el cabecilla de la banda terrorista Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, hoy en Surquillo. Más detalles en breve". Una y otra vez...

Los pensamientos vuelven entonces la mirada atrás. De un modo muy rápido y violento. Como fue toda esa década previa. Violenta. Y se recuerda aquellos inicios de los 80's donde a lo lejos llegaban las noticias de pequeño brotes de violencia 'de campesinos', allá a lo lejos, en Ayacucho. Imposible olvidar la matanza de 8 periodistas en Ucchuraccay, en enero del 83. Imposible para mí, porque cuando ví aquellas escenas impropias para un niño, me descubrí teniendo pesadillas toda la bendita noche viendo una y otra vez los cuerpos maltradados de aquellos hombres. Sin darse cuenta, el inicio del proceso de volverse insensible. Del espanto de aquellas primeras planas que hablaban y mostraban muertos por atentados terroristas, a la inadmisible pero inevitable realidad de verlo como una costumbre en el medio de comunicación que fuera. Pasar a formar parte de la generación que creció en medio del terror. Entre bombas y apagones, entre torres dinamitadas y hoz y martillo brillando en la loma de los cerros que rodean la capital, entre crisis e ineficacia para hacer algo.
El recuerdo lleva a ver como poco a poco aquellos atentados, aquella sangre, aquella violenta, se acercó de forma inexorable a la capital. Y entonces sí, finales de los ochenta, los limeños empezamos a sentir en carne propia lo que nuestros compatriotas de la sierra venían sufriendo desde hace muchos años. Y entonces, el terror, el miedo. Y pum, el salvaje atentado al Canal 2. Y entonces el desconcierto, la inseguridad en grado pleno. Y re pum, el brutal atentado de la calle Tarata, en el mismísimo centro de una de las zonas más visitadas de Lima que remeció los cimientos de mi casa, cercana a la zona, que destruyó los sueños de muchas personas que murieron aquel 16 de julio del 92, que nos sumió en la más terrible sensación de abandono, con la paranoia al máximo, sin saber si el auto junto al cual cruzábamos o el paquete de basura a las afueras de la casa de al lado, eran en realidad artefactos que traían consigo muerte y destrucción.

Tantos recuerdos... imposible meterlos todos en tan pocas líneas...tanto dolor... por eso resultaba imposible creer que de repente la luz se abría en medio de la oscuridad, el caos y el terror.

Pero era verdad. Guzmán había caído. Y aquel 12 de septiembre fue el inicio del fin para él. Y fue un día de recogijo. No sé si de fiesta pero sí de alivio. Recuerdo al día siguiente las banderas peruanas flameando en los techos de las casas, como si fuera un 28 de Julio. Recuerdo los comentarios de la gente. Recuerdo que ese domingo 13 fue especial, como nunca y después de mucho tiempo la gente sonreía a mandíbula batiente. Sí, era alegría y si no lo era, pues era alivio.
Ya después el Perú volvería a enfrentarse a sus cuitas. Otra vez se sentaría cual mendigo en un banco de oro como lo retrató Raimondi. Los problemas de cada día seguirían igual. Con sus (des) gobenantes y políticos que hacen de la política un enredo del cual los griegos estarían avergonzados. Hasta con rebrotes aislados de una violencia terrorista que, derrotada, se alió al narcotráfico de la selva peruana. La esperanza y la frustración volverían a turnarse.

Pero ese día fue especial. Al menos para mí. Porque suspiré. Y en ese suspiro boté doce larguísimos años de bronca, impotencia, miedo y dolor. Era justo y necesario.

Y sí, al día siguiente, en medio del gris del cielo limeño marca registrada, más alegre que nunca, se animó a salir el sol. Y que curioso, ese día, también suspiraba y sonreía, como yo.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Quisiera ver cuando las luces se apagan


Me gustaría ver cuando muera
para saber que se siente estando muerto
y que sienten los demás entorno a mí.

Me gustaría ver cuando muera
para saber cuanto me amó la gente que me odió.
cuando me odió la gente que me amó.
cuanto hice sufrir al que nunca se quejó.
cuanto fingió el que siempre me aduló.
cuál de las mujeres que amé en silencio me amó,
cuál de mis amigos no lo era y me engañó.

Cuando yo ya no esté aquí,
cuando esté lejos de aquí,
cuando las luces se apaguen para mí.

Me gustaría ver cuando muera,
espiar en secreto mi velorio,
escuchar emocionado el Rosario,
asistir desde lo incierto a mi entierro,
para saber quien me cargó,
para saber quien las flores me dejó,
para saber si finalmente alguien selló el lugar de mi descanso.

Y también me gustaría ver los días siguientes,
para observar como la rutina mitiga el dolor,
y como lo cotidiano destroza mi recuerdo.

29.01.97
(Por ahora se cierra el archivo oscuro...pero todavía quedan escritos del pasado, que sin duda publicaré en el futuro...)

(Imagen: Autumn Song de Laurie Maitland)