jueves, 22 de agosto de 2013

Nino



No me gustan los perros. Bah, me resultan simpáticos por lo nobles que pueden resultar, pero sólo por un rato, de lejos y con devolución. De niño tuve uno llamado Cabeto (como un caballo de la época del inmortal Santorín), un pastor alemán muy bonito y juguetón, con el que todo iba bien hasta que un día me mordió sin querer queriendo; tras pasar su semana post mordida en la perrera, regresó diferente, como impactado por su experiencia “tras las rejas” y no paró hasta romper un vidrio que cortó el tobillo a mi hermana y sacar de esa forma todos los boletos para ser entregado a otras manos. Aún recuerdo con claridad meridiana aquella tarde final, cuando mi papá llegó a casa y Cabeto se fue haciendo un ovillo en un rincón del patio, como si el instinto le permitiera saber que había hecho algo malo y que tendría consecuencias. Esa fue la última vez que lo vi. Admito no recordar haberlo extrañado mucho, ni haber pedido otro perro. Para mordidas estaba buena con una.

Pasaron muchos años antes que le regalaran una perrita a mi hermana. La Chola era una chusquita de ojos tristes y dientes chuecos. Cómo quien no quiere la cosa vivió más de diez años y fue parte del hogar y acompaño a mi madre en la década de los 90. Murió de vieja sin hacer mucho ruido y la enterraron en el jardín de casa. Siempre he dicho que si fuera forzado a escoger un perro, sería uno bravo, de raza, de esos que ahuyentan curiosos, y la Chola era todo lo opuesto a ello. Igual uno se terminó acostumbrando a su presencia y cuando a inicios de este siglo me llamaron y me dijeron que había muerto, la noticia me entristeció. Cuando vuelvo a Lima siempre le echo una mirada cómplice al rincón donde está enterrada.

Al conocer a la mujer de mi vida, también conocí a Nino, el peludo Pomerania que allá por el 2005 trajo desde el norte mi entonces futura esposa, y que ya era el amo y señor de aquella casa donde mi hoy suegra y sus dos hijas, le prodigaban fervorosa atención y cariño, retribuidos ambos de forma recíproca por el cobrizo animal. Lo conocí aquella tarde de octubre en la que tuve mi primera conversación como algo más que amigos con mi esposa, una tarde soleada en el balcón de su casa con el Mar Caribe de fondo… y con Nino jugueteando incansablemente entre mis piernas y en mi regazo, mientras yo “aguantaba” todo eso teniendo en cuenta que estaba en épocas de causar buena impresión. A partir de ese momento Nino fue parte del paisaje habitual de mis días en cada visita a casa de mi suegra, y posteriormente en cada visita de mi suegra a nuestro hogar, una vez ya casados. Inclusive el buen Pomerania fue nuestro huésped constante cuando mi suegra debía viajar o cuando fuera necesario.

Recuerdo muchas cosas del buen Nino: el par de veces que tuve que llevarlo al veterinario, una de ellas por comerse un hueso –mientras yo me preguntaba cómo diantres podía ponerse mal un perro por comer un hueso-; la forma en que correteaba a las gallinas y guineas en Jarabacoa, hasta el día aquel que se perdió y cuando se le daba por desaparecido en combate a lo lejos se escucharon sus ladridos metido en medio del lodo junto a una de las gallinas; su fragilidad, enfermizo y temeroso, pero al mismo tiempo muy apto para ser adiestrado desde pequeño: en su casa “materna” tenía en claro que podía subirse donde quisiera, pero en casa del peruano aquel, respetaba muebles y camas de forma impecable.

También sonrío al recordar que siempre me miraba de lejos, como desconfiado, pero bastaba que estuviera en un día donde le hacía un par de gracias y el perrito capitulaba, moviendo la cola a más no poder; y claro, sonrío y mucho al mirar el pasado reciente y darme cuenta que ya no era yo el que le hacía “maldades” inofensivas, sino que mis hijos habían tomado la posta, en especial el mayor, que cada vez que llegaba a casa lo perseguía sin parar hasta tomarlo de la cola a los gritos de “Nino, Nino, Nino”. Si hasta mi hija menor ya empezaba a gatear detrás de él. Y el perro ahí, corriendo, pero volviendo y asomando la cabecita, como que sí, pero que no. Ladrando, pero jamás mordiendo; noble, muy noble.

Tras pasar el fin de semana largo junto a todos, descansando lejos de la ciudad, hoy Nino se fue para no volver. Curiosamente en otro día gris de este verano caribeño donde llueve un día y el otro también, en el que precisamente su adorada dueña cumple años. Mi falta de entusiasmo por los perros no me hace insensible a la afinidad que se genera entre las mascotas y quienes las tienen y las consecuentes alegrías y tristezas que surgen de esa relación. Por eso mismo, mal podría negar que al ver la foto que acompaña este post, no puedo evitar una mueca agridulce, entre la sonrisa que me sacan los recuerdos, y la tristeza que genera su partida.

Quien sabe si es por eso que no me gustan los perros. Que si mucho ruido, que si mucho pelo, que si mucho ensucian, que si mucho gastan… Si queriéndolos de lejos te duelen cuando se van, como sería si me llegan a gustar…

Gracias por los buenos ratos; aún este peruano poco dado a los perros te recordará… anda Nino, anda tranquilo a descansar. 

domingo, 21 de abril de 2013

The Cure en Lima: cuando los sueños se hacen realidad


Robert Smith, el mítico líder de The Cure, finalmente en Lima
Foto: Miguel Bellido - elcomercio.pe
Escuché a The Cure allá por el año 1986. Fue mi amigo Toño que un día apareció en casa con un cassette variado que incluía “In between days” dejándome en claro que ese era un “grupazo”. Recuerdo con claridad meridiana que fue un catorce de febrero de 1987, que caminando con mi adorada abuela por el Jirón de la Unión, entre a una tienda de discos y compré mi primer cassette de los liderados por Robert Smith, aquella compilación de clásicos llamada “Standing on the beach”. En el día del amor y la amistad, comenzó un romance sin fecha de vencimiento con The Cure.

Recuerdo aquellos años del colegio donde ahorraba a punta de dejar de comer en la cafetería para juntar y comprar los cassettes “caleta” de The Cure. Conocido el fanatismo, ya directamente me los ofrecían. No sé si pagaba sobreprecio o no, pero no me importaba: ante la falta de discos de The Cure en el país, tener una copia bien grabada de algún disco previo de ellos, como podía ser el “17 Seconds”, o de algún concierto como el “The Cure in concert 1984” bien valía la pena el esfuerzo.

Épocas de ropa negra y escuchar los cassettes hasta la saciedad, con el riesgo de desgastarlos, y de hartar la generosa paciencia de mi familia (recuerdo a mi padre llevándome al examen de ingreso de la Universidad diciéndome “si quieres pon el cassette de esos pelucones que te gustan”, sabio él, llegué relajadísimo al examen). Paciencia que no tuvo uno de mis hermanos de la universidad, que terminó botando por la ventana de su auto un cassette con tres versiones distintas de “Never Enough” cuando intenté escucharlo por enésima vez mientras me llevaba a casa. “Me parece que es hora que empieces a escuchar otra música y no solo The Cure” me dijo ante lo fanático que andaba por aquella época. Y sí, aprendí a escuchar otros grupos y cantantes y a valorar varios de ellos (especialmente los Beatles), pero sin dejar de lado mi gusto y pasión por The Cure.

Verlos en vivo era por aquellas épocas una utopía. Pasaron por Brasil y Argentina en el tour del “Kiss me, kiss me, kiss me”, pero era 1987, épocas de escolar sin posibilidad alguna de decir vamos a verlos. Recién en el 2007, ya viviendo en el Caribe, soltero y sin responsabilidades aún, compré un boleto para verlos en Washington D.C. el 19 de septiembre. Pero un mes antes pospusieron el tour y en ese momento asumí que ir a un concierto de la cura era como dice una de sus canciones, desear cosas imposibles.

Vaya hombre de poca fe. Cuando menos lo esperaba, un viaje que ya tenía previsto a Lima coincidió con el mejor anuncio que podía recibir: The Cure va a Lima. Sin pérdida de tiempo mi hermana adquirió las entradas y el miércoles 17 de abril de 2013, en el Estadio Nacional de Lima –sí, encima en mi propio país- mi sueño utópico, se hizo realidad.

Robert y compañía "dejaron todo en la cancha"
con más de tres horas y media de la mejor música
Foto: Miguel Bellido - elcomercio.pe
Sencillamente no puedo describir con palabras lo que sentí cuando a las 8.50 p.m. apareció en escena el inigualable Robert Smith. No puedo. Me sentí otra vez el adolescente aquel que alucinaba con los videos de In between days y de Close to me, y como en una película, de golpe me vinieron recuerdos de 27 años de devota fidelidad. Levanté los brazos al cielo, solté un par de palabrotas y un agradecimiento a Dios ciertamente más publicable que las palabras previas. Ahí estaba Robert junto a su socio de toda la vida, Simon Gallup en el bajo, Roger O’Donell yendo y viniendo en los teclados desde 1987, Jason Cooper que un buen día llegó a la bateria a reemplazar a Boris Williams y sin querer queriendo ya tiene 18 años con el grupo, y Reeves Gabrels, ese tremendo guitarrista con pinta de tío bueno, que acompaña al grupo en las giras desde el año pasado. Ahí estaba The Cure, y yo viéndolos en vivo y en directo a pocos metros del escenario aún sin creérmelo.

Arranca el concierto con Open y High, tal como arranca el disco Wish, para seguir con The end of the world, la canción que más sonó de su disco The Cure: el sónido está perfecto y permite disfrutar de la interpretación de los músicos y comprobar que la voz única de Smith se mantiene intacta. Llega Lovesong, la primera de las canciones “conocidas”, pero nuevamente da paso a una canción poco comercial, pero que resulta ser una de mis favoritas de siempre: Push, del "The head on the door". Mi emoción es tremenda, cuantos recuerdos juntos en una sola canción. Por si fuera poco, la canción que sigue es nada menos que In between days, aquel primer tema que escuche de ellos, aquel primer video que ví del grupo, aquella canción que ciertamente se sabe todo el mundo. Pongo a prueba mis pies con saltos y bailes, la garganta raspando y el corazón a mil… ¡In between days en vivo carajo! Estoy tratando de recuperar aire, pero para qué, ahí sigue Just Like Heaven, una de las clásicas radiales. Después de la tormenta viene la calma, y tras una deliciosa interpretación de From the edge of the deep green sea, el grupo nos regala un tripletazo de clásicos del "Disintegration": la hermosa Pictures of you (la ensalada de recuerdos en la cabeza amenaza con explotar de emoción ante otra de mis canciones favoritas), Lullaby –donde Robert fue Robert jugando con sus movimientos “arácnidos”, y la potente Fascination Street.

Tras honrar su ultimo disco con Sleep when I’m dead, vuelven al ataque con una lluvia de cuatro clásicos de sus discos de inicios de los ochenta: Play for today y la oscurísima A Forest del "17 seconds" – el coro de “oh oh ooohhh oh ohhhh oh ohhhhh” acompañando los teclados en la primera y las miles de manos elevadas acompañando con aplausos el final de la segunda, me sirvió para estar claro que así como había gente que desconocía las canciones, habían muchos que sí estaban al tanto de las mismas, disfrutando del concierto y siguiendo rituales propios de los conciertos del grupo-; Bananafishbones una rareza del "The Top" y el clásico The Walk del "Japanese Whispers".

Luego siguen tres canciones que van juntas y no por casualidad: son canciones con mensajes alegres, positivos, trasladados con melodias llenas de entusiasmo –sí, The Cure también tiene de esas canciones, que no todo es oscuro-, Mint car es aquella canción donde Robert no da crédito a estar contento, lo que lo hace gritar, de alegría, con la certeza que siempre sera así, juntos, por siempre y para siempre; Friday I’m in love aquel hit radial donde comenta sus sentimientos de todos los días de la semana, coreado y saltado por todo el estadio, tanto que me detuve a observar el mismo, el campo, las tribunas, hasta los palcos, las casi cuarenta mil personas, todos cantaban y saltaban, fue un momento realmente genial, un momento perfecto para dejarse ir y ser feliz, como reza la canción que siguió, Doing the unstuck.

Pero The Cure no es The Cure sin sus letras profundas impregnadas de melodías tan apasionadas, dulces, desgarradoras, o melancólicas según sea la ocasión. Así arranca un segmento con Trust, otra de mis favoritas  que cuenta la historia de un amor imposible a pesar de amar más de lo que las palabras pudieran decir. Escucharla en vivo es emocionante hasta el caracú. The hungry ghost y Wrong number dan lugar a una de las clásicas del grupo, acompañada por imágenes de guerra y destrucción: la brutal One hundred years. Las piernas ya no dan más y la garganta pide tiempo, así que la llegada de End para finalizar el larguísimo primer set viene como anillo al dedo para retomar energía.

Los siguientes dos encores pueden haber resultado tan desconocidos para los curiosos, como deliciosos e inolvidables para los fanáticos: el primero dedicado a tres canciones del "Kiss me kiss me kiss me": la enérgica The Kiss –si  Gabrels, Gallup y Smith disfrutaron su derroche de bajo y guitarra en la introducción de la canción, solo puedo decir que yo la disfrute más-, dando paso a los sonidos hipnóticos de If only tonight we could sleep, y terminando con Fight, canción que también cierra aquel disco doble de 1987. Dicen que el "Disintegration" es junto al "Pornography" y "Bloodflowers" la trilogía de discos de culto de todo aquel que se precie de ser fanático de The Cure por su letra y música densa, estremecedora, tierna y depresiva, profunda e incorruptible. Como para corroborarlo, hace diez años el grupo realizó una serie de conciertos inmortalizados en un dvd-bluray llamado "Trilogy", donde interpretan los 3 discos de forma seguida. Así que el segundo encore, fue mandado a hacer para los fanaticos: tres canciones del Disintegration. Que digo tres canciones, tres joyas de The Cure: entre los sonidos de campanas y brillos de estrellas en el escenario, irrumpe el sonido del avión para que en Plainsong Robert nos diga que algunas veces se siente como viviendo en el borde del mundo, momento especial del que nos despierta el guitarreo de la oscura Prayers for rain, como paso intermedio para hacernos llegar a la densa y triste Disintegration. La entrega del grupo es total y la de Smith muy especial. No sería la primera vez que al interpretar sus canciones en vivo, Robert revive con intensidad recuerdos del pasado, por eso yo juraría que al final de la canción, cuando el mítico vocalista nos decía que sabíamos como terminaría todo, el hombre se emocionó y estuvo al borde del llanto –mientras yo , ciertamente, estaba al borde del éxtasis total con tanta buena música, tanto recuerdo, tanto The Cure-.

El tercer y ultimo encore comienza con un pequeño jugueteo entre Cooper y Smith que por ahí pasó medio inadvertido. Jason haciendo un breve solo de batería y Robert comentando que eso lo hace feliz –ignoro si lo hacen en cada concierto o si acaso fue un guiño del baterista a su líder para aligerar la emoción  que comentaba de Smith al final del encore previo-. A partir de ahí casi cuarenta minutos de climax total in crescendo, apto para fanáticos, para los que conocen los hit radiales y para los que gustan simplemente de la buena música. Tras la coqueta Dressing up, suenan los teclados para bailar con The Lovecats y estremecerse con The Caterpillar –me viene a la mente que esa era la canción favorita de The Cure de mi papá-. Es la hora de que Robert cante, baile y juegue y haga cantar, bailar y jugar al public con la clásica Close to me. Y va de recuerdos. Me quedo afónico gritando el “hey, hey hey” de Hot, Hot, Hot, y vociferando que no me importa si no te importa, no lo siento si no lo sientes, no lo quiero si no lo quieres, en Let’s go to bed. Pero hay que sacar voz y piernas de donde no hay porque llega otro hit radial: Why can’t I be you? La gente en campo alrededor mío se vuelve loca y vuelvo a dar una mirada a las tribunas: todos bailando sin saber que ya no iban a parar. Es el momento del clásico de clásicos: Boys don’t cry. Estoy al límite en todo orden, emocional, físico, de voz, pero es imposible no saltar y cantar toda la canción. No hay tregua, casi al final viene la canción con la que comenzó todo: 10.15 Saturday night. Nuevamente el “oh ooohhh ohhhh oh oh oh oh ohhh” que acompaña la guitarra de Smith y los brazos en alto aplaudiendo al final de la canción de la mano del bajo de Gallup, delatan el gran número de fanáticos fieles del grupo al que poco le importa que son casi las 00.30 ya del jueves y que en pocas horas hay que levantarse a trabajar. Para el final otro clásico del grupo, Killing an arab y la locura es total. La canté, la disfruté, la salté, la bailé con furia, sabiendo que era la última canción y que no había excusa alguna para salir del concierto de mi grupo favorito sin haber dejado literalmente todo en el campo del imponente Estadio Nacional. Nuevamente vuelvo a darle gracias a Dios por haberme permitido vivir ese momento, por haber permitido que se cumpliera mi sueño de toda la vida. En medio de la ovación final Robert agradece con aquel “Gracias” masticado que usó par de veces a lo largo del concierto y suelta un “los veré de nuevo” en inglés, para luego dejarse aplaudir buen rato antes de dejar el escenario.

Reeves Gabrels en la guitarra y Simon Gallup en el bajo junto a Jason Cooper en batería y
Roger O'Donell en los teclados, con Robert Smith al frente: The Cure hizo realidad los sueños
Foto: Miguel Bellido - elcomercio.pe

Pocas veces se puede disfrutar de un concierto tan brutalmente honesto como el de The Cure: 41 canciones, 3 horas 35 minutos, canciones de todos sus discos, salvo Bloodflowers, 3 encores, entrega total del líder, en plenitud de voz y de forma, cantando y encantando a sus incondicionales sin necesidad de frases tribuneras, bastándole con sus guiños y danzas particulares, en mi caso, en realidad, bastándole con aparecer en el escenario; entrega total de la banda, con Cooper incansable con sus redobles en la batería, O’Donell imperturbable disfrutando de su teclado, Gabrels sacándole todos los sonidos habidos y por haber a su virtuosa guitarra, y el viejo y querido Simon Gallup, tocando su bajo sin dejar de bailar y brincar un solo momento a lo largo de las más de tres horas. Brutal y honesto, porque no se limitaron a tocar hora y cuarto como hacen muchas “estrellas” de hoy bajo la premisa de tocar las canciones conocidas y listo, sino que hicieron un recorrido total a su vasta y ya histórica carrera, para deleite indescriptible de sus fanáticos, los que como yo, atesoraremos la noche del 17 como uno de los recuerdos más gratos de nuestra vida.

Cuando salíamos del concierto, le comentaba a mi hermana mi admiración por que la había visto disfrutar el concierto de principio a fin. Me sorprendía porque después de todo el fanatico del grupo era yo. “No debería sorprenderte tanto” me dijo. “aprendí a gustar de The Cure de escucharlo tanto y tantas veces cuando tú los disfrutabas en tu cuarto. Para mí también fue el mejor concierto que he visto en mi vida”. Me emocioné. Por si no fuera suficiente lo vivido, aquel comentario de mi hermana y su abrazo diciéndome que estaba feliz de haber compartido ese momento conmigo, cerró con broche de oro una noche inolvidable; la noche en la que los sueños dejaron de ser solo sueños, y por lo menos en mi caso, se hicieron una inolvidable realidad.


* El que llegó hasta aquí se habra dado cuenta que este es el relato de lo que viví como seguidor de toda la vida de The Cure, mi grupo favorito. Obviamente habrá gente que disfrutó como yo (imposible más que yo), y gente que quizás disfruto menos. Cada quien con su opinión, por demás respetable, después de todo, en gustos y colores no han escrito los autores. Para mí fue un sueño hecho realidad y no podía dejar de reflejarlo en mi blog.

lunes, 11 de marzo de 2013

Mi primer 10K

Mi primer 10k: arrancó y terminó donde dice 4km
(sí, pasamos 3 veces por ahí)
Al final el tiempo oficial fue 1.13.39, un éxito total.
Eran las 3 de la tarde y seguía deshojando margaritas: voy, no voy, me animo, no me animo, la hago, no la hago. Me había inscrito par de semanas atrás, pero no había corrido más de seis kilómetros en la caminadora del gimnasio y más de cinco fuera de él. Así que tenía la duda razonable acerca de la posibilidad real de completar el doble de distancia de lo que realmente había practicado. Finalmente me decidí. Par de angelitos que me insistieron mucho, vencieron al diablito de la flojera y terminé yendo a mi primera competencia de larga distancia: el Gatorade 10K 2013. Una auténtica experiencia de vida.

Lo primero es llegar y ver de tres a cuatro mil personas pasándolo bien, muchos de ellos incluso calentando al ritmo de zumba y de cross fit. Calentar, pensaba yo, estoy suficientemente tenso como para doblar siquiera la pierna, y ésta gente saltando y bailando... Luego caminamos hacia el punto de partida y allí pude palpar de primera mano el entusiasmo con el que viven estas carreras las personas para las cuáles participar en las mismas ya no es novedad -como en mi caso- sino un estilo de vida: hay grupos, muchos grupos de corredores que practican diaria o semanalmente y hasta están organizados: tienen nombre, camisetas que los identifican, inclusive un líder con un cartel que indica el tiempo que tienen previsto hacer en la competencia. Por allí el cartel de una hora, por acá el de 1.15. Como yo nunca he corrido 10 kilómetros, no tengo la menor idea del tiempo que puedo hacer -para ser franco, ni siquiera tengo idea si terminaré la competencia- pero se me hacen tiempos dificilísimos. Obvio también veo muchos grupos de amigos, o familias que sin una organización particular están ahí para pasarlo bien, y muchos con pinta de corredor menos experimentado, o sencillamente debutantes como yo.

De tanto hidratarme previo a la carrera, al momento del inicio tenía unas ganas enormes de ir al baño, pero tenía que estar loco para moverme de ese mar de gente y del lado de mi amiga que me había motivado hasta el cansancio para que corra la carrera. Ya se me pasará pensé, sin saber que correría casi todos los diez kilómetros con esas mismas ganas...ya en los dos kilómetros finales ni me acordé, tan concentrado que estaba en llegar a la meta.
Antes de iniciar la carrera
Arranca la carrera y lo primero que me ocurre es perder de vista a mi amiga... y no saber más de ella hasta ver un mensaje en el whatsapp al final de la carrera. El "Tune In" andaba necio sin ganas de dejarme escuchar un poco de música en el celular, así que opté por concentrarme en la carrera, en mi ritmo, en tratar de disfrutar del hermoso paisaje del malecón de la capital dominicana, y en esas andaba cuando ví el cartél que señalaba el primer kilómetro recorrido, pero ni tiempo tuve de disfrutarlo, porque en ese mismo momento, ya del otro lado de la vía, venían de regreso de la primera curva y completando casi tres kilómetros, los punteros de la competencia, esos que resuelven 10 kilómetros en menos de media hora. Admito que me impactó, así que decidí concentrarme en mi paso y olvidarme del resto, siguiendo el consejo que me habían dado personas que saben del tema "arranca tranquilo, no te explotes en los primeros kilómetros". El Run Keeper, la aplicación que había bajado en mi celular, me iba dando el reporte cada cinco minutos, así que tras haber hecho el primer kilómetro en menos de 7 minutos, moderé el paso y de ahí en adelante anduve por encima de 7, pero nunca alcanzando los 8 minutos por kilómetro, y en el kilómetro final estampé mi "mejor tiempo" con un glorioso 6.36.

4222 inscritos, entusiasmo al por mayor
(Foto: Facebook de Kilometros por la Educación)
Llegaron los primeros puntos de refresco: el del Gatorade y el de las bolsitas de agua. Menos mal que el Gatorade era de naranja, el sabor que más me agrada -aunque a quien mentirle, iba a tomármelo sea del sabor que fuera-; con las bolsitas de agua intenté, pero ese sabor a plástico que tenían me llevo a utilizarlas como me habían recomendado: echándomela en cuello, cabeza y rostro para quitar la sensación de cansancio. Conste en actas: me funcionó. Después de cada punto de refresco el inevitable reguero de obstáculos en el camino, lleno de vasos, bolsitas y agua. Ningún drama, sólo tener cuidado unos cuantos metros.

En el camino uno ve cosas de todo tipo, de esas que conmueven y hacer reflexionar. Por un lado, la gente al costado del camino alentando, o los propios corredores que alientan a quien entienden lo necesita, mucha solidaridad. Por el otro los competidores en silla de ruedas, ejemplo de vida sin duda alguna, aunque yo me quedo con aquel señor que, bandera dominicana en mano, participó a los saltos, porque sólamente cuenta con un pie y una mano. Me emocionó. Yo lo pasé y lo dejé atrás, luego de darle ánimo junto al resto de los que pasaban conmigo, pero estoy seguro que debe haber hecho todo el esfuerzo para llegar a la meta, en su tiempo y en sus condiciones, dejando todo por hacerlo. Casos que le recuerdan a uno que más que no poder, lo que suele sucedernos es que no queremos o ni siquiera intentamos, que el límite nos lo ponemos nosotros mismos.

Un ejemplo admirable, la foto se explica sóla, las palabras sobran
(Foto: Facebook de GatoradeRD)
Cuando llegué a los 4.6 kilómetros, ya había gente llegando a la meta, pero no me desconcentré y seguí en lo mío. Y cuando pasé los 5 kilómetros, en lugar de pensar que estaba en terrenos desconocidos para mi resistencia, me puse a darme ánimos pensando que faltaba menos de la mitad de lo que ya había corrido. También sirvió. Evité en todo momento permitirme la tentación de darme un descanso y parar o caminar. Cuando llegaron los 7.3 kilómetros, vino la curva para la "recta final". Estaba cansado, pero la sensación de saber que estaba cerca y que podía lograrlo, me daba muchas fuerzas, amén del Run Keeper en función del cual me iba convenciendo a mí mismo, "al ritmo que vas, en veinte minutos habrás terminado". De todos modos cuando ví el Hotel Hilton tan lejos y la cabeza comenzaba a darle mente precisamente a esa lejanía, se me ocurrió ponerme a rezar un rosario, así ocupaba la mente en la oración y no en la distancia, el cansancio o lo que faltaba. Sí, sirvió. Cuando lo terminé, el Hotel Hilton estaba detrás mío y el kilómetro final cerca, muy cerca.

Pero cuando llegué a la señal del kilómetro 9 tuve un pequeño momento de desconcierto. De repente me sentí corriendo apresurado, saliéndome de mi paso. La emoción seguramente. Nuevamente reagrupé fuerzas, ordené ideas y volví a mi ritmo hasta que comencé a ver la meta a lo lejos y a escuchar la canción de Rocky en los parlantes del estrado principal. Admito que me emocioné, se me puso la piel de erizo, se me hizo un nudo en la garganta y ahí sí apuré el paso. Y cuando crucé la meta grité par de malas palabras más propias de celebración de gol en el estadio que de pichón de maratonista. Pero me salieron del alma, y con lo alta que estaba la música con suerte sólo me escucharon en par de cuadras a la redonda. Lo había logrado. Era un reto personal y lo había cumplido. Por primera vez en mi vida corrí diez kilómetros. Y encima no lo hice mal: 1.12.50 me indicó el Run Keeper, 1.13.39 fue el tiempo oficial que consta en la página de Gatorade. ¡En menos de aquel 1.15 que me había parecido de marcianos antes de la carrera!

Y me di el gustazo... esa medalla vale oro
Me quedé con todas las enseñanzas del día: mi descubrimiento de la cultura maratonista y el respeto que tengo por toda esa gente que se dedica con pasión a cultivar el deporte y la actividad física; los ejemplos de vida de los discapacitados, toda una cachetada a las excusas que ponemos en el día a día; el poder de la mente, es verdad que si no tienes físico la mente no hace milagros, pero si estás en capacidad de hacerlo, si tienes la mente fuerte, es un plus fundamental; que un rosario sirve, hasta en un 10k; en resumen, que si uno quiere, puede, y lo demás son tonterías.

Después el desorden para recoger la medalla -pequeño detalle que puede mejorarse para el año que viene-; simbólica medalla que conservaré con mucho cariño. Si algún día corro otras 10k, ésta siempre será la primera y por ende, siempre la tendré grabada como un momento donde vencí los límites auto impuestos...y claro, me dí un gustazo del carajo.


* Gracias Rossi, Lissette, Aida, Juan Carlos... por la insistencia y los consejos, valieron la pena. Y gracias a Dios y a la Madre, siempre.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

María, Lennon y Los Potrillos


¿Qué tienen en común María, Lennon y los Potrillos? Una fecha, el 8 de diciembre. Día vinculado desde que tengo uso de razón a la celebración de la fiesta de la Inmaculada Concepción. Día marcado también en la historia de la música por la pérdida hace ya 30 años del legendario miembro de The Beatles. Y día de inevitable recuerdo, aún doloroso, de la Tragedia del Fokker que en el mar de Ventanilla hundió para siempre las vidas de los miembros de aquel equipo blanquiazul.


De María, mi Madre, ¿qué puedo decir? Que en mi vida siempre he sentido su amoroso manto de amor e intercesión por mí ante su Hijo. No habrá sido casualidad haber estudiado en un colegio “Marista”, ni el hecho que ya mayor en mi permanente –y no pocas veces fallida- búsqueda de coherencia entre lo que hago y lo que digo y profeso, su figura y su ejemplo de fe, confianza y abandono en Dios, sean un aliciente para continuar en el intento. Cada 8 de diciembre, mi primer pensamiento al despertar está dirigido a saludarla en su fiesta de la Inmaculada Concepción. De María podría escribir interminables párrafos. Hoy me basta con dejar en claro que la venero con devoción y que doy Gracias a Dios por Ella, mi Madre María.


En 1980 era poco y nada lo que yo sabía de The Beatles, así que no voy a venir a decir que recordaba lo que hacía cuando me enteré de la noticia de la muerte de John Lennon. Recuerdo sí, que leí la noticia o la vi en la tele y que en aquel momento lo que me pareció más incomprensible fue que el asesino, Mark David Chapman, le había pedido un autógrafo par de horas antes, como inmortalizó una foto de Paul Goresh. Aprendí a disfrutar de la música de The Beatles muchos años después, y mientras más pasan los años, más disfruto y valoro la dimensión que dicho grupo tuvo en la música de nuestro tiempo. No cabe duda alguna que hay un antes y un después de Lennon, Mc Cartney, Harrison y Starr. A treinta años de su temprana y absurda desaparición, la figura de Lennon se hace más mítica y legendaria y como sucede con figuras de esa relevancia y de trágico final, se resalta –y hasta exagera- lo bueno, y se deja de lado lo malo o lo polémico. Como personaje, Lennon no deja de ser tan ángel como demonio, como refiere Diego A. Manrique, pero al que a mí me interesa recordar siempre es a John, el artista, el genial miembro de The Beatles. Lo bueno con la música es que ahí están los LPs, cassettes, discos compactos y ahora hasta iTunes, para dejar constancia imperecedera de tantas buenas canciones.

Lo que sí recuerdo, y nunca podré olvidar, es como viví aquel 8 pero sobre todo, el 9 de diciembre de 1987. Del 8 –feriado en Perú- recuerdo que escuché en casa de mi adorada abuelita el resultado del partido en Ovación “un Perú en sintonía” y con la alegría de saber que Alianza ganó en Pucallpa y que el equipo de Marcos Calderón se afianzaba en el campeonato, fui con la familia a escuchar Misa de la Inmaculada Concepción a las 8 de la noche en la parroquia Santa Rita de Casia. Recuerdo el detalle porque durante los meses siguientes me atormentó la idea que en el mismo momento que escuchaba misa, los jugadores de mi querido Alianza morían en un trágico accedente.

El 9 vuelve a mí con una claridad de High Definition. Mi hermana susurrándome que “están buscando el avión de Alianza que no aparece”, el brusco despertar para ver Buenos Días Perú y poder escuchar en algún momento la noticia esperada: que el avión había sido encontrado y todos estaban bien. La realidad que le pega un cachetazo a la esperanza cuando las primeras noticias confirman la caída del avión y la aparición de dos cuerpos, uno de ellos del utilero Andrés Eche. La bronca de saber que el avión llegó a pasar por el aeropuerto, pero debió dar una vuelta adicional y allí se produjo la tragedia. El estado de negación de la realidad en el que me sumí: estaba pasando, pero tenía que ser una película, eso no podía ser verdad. Prender la radio para escuchar “La mañana de El Veco” y que el entrañable periodista uruguayo me dijera que lo anterior era una broma de mal gusto; pero no. Sólo encuentro a don Emilio quebrándose y rompiendo en llanto al comentar la noticia. Para un adolescente apasionado de forma radical con el fútbol y aliancista hasta el tuétano se derrumba el mundo y cae la noche aunque apenas estemos por llegar al mediodía. Recluido en mi cuarto, continúe escuchando la radio (que en esas épocas sin cable y sin internet, realmente estaba “más cerca de la gente”). Quería que RPP, Radio Cora, Panamericana, alguien me dijera que todo era una pesadilla y que mi hermana no me había despertado, sino que seguía viviendo un mal sueño del que en algún momento tendría que despertar. Si hasta terminé escuchando al polémico Tito Navarro. Para qué, escucharlo conmovido y sin palabras, justo a él, sólo sirvió para apesadumbrarme más. No recuerdo haber comido. Recuerdo haber vivido con un nudo en la garganta que se rompió para dar paso a las lágrimas interminables cuando escuché a Didí llorar en Ovación entrevistado por Pocho Rospigliosi, mientras recordaba a sus muchachos, a sus potrillos (aún hoy me estremezco al escribir ese recuerdo).

Debo haber quedado en estado de shock por muchos días. Ya de vacaciones en el colegio sólo pasaba los días pegado a la radio y al televisor esperando que aparezcan los benditos cuerpos que el mar se negaba a devolver. Recuerdo el estadio, aquellos arreglos florales en la cancha en la posición de cada jugador, aquel partido contra Independiente de Avellaneda a estadio lleno, mezclando el aliento con las lágrimas. Esas lágrimas que hicieron que mi padre me advirtiera que dejaría de ver televisión si seguía hecho una magdalena ante la noticia de un nuevo jugador aparecido, porque me estaban haciendo daño. Ese mismo padre –otro aliancista empedernido- que apenas una noche después de esa advertencia, lloraba como un niño junto a mí frente a la tele al ver en “90 segundos” la aparición y sepelio del querido José “Caíco” González Ganoza, que con sus 33 años, era el más “viejo” de los jugadores que se fueron para no volver.

A la distancia, con más años y menos apasionamientos, con mayor frialdad, uno hasta se sorprende de cómo pudo haberle afectado tanto esa tragedia. Pero seguramente, si tuviera la misma edad, en las mismas circunstancias, me hubiera afectado como sucedió. Después de todo se dice que el fútbol es un sentimiento y los sentimientos te hacen reír, y te hacen llorar. Otros dicen que es un arte, y el arte conmueve. Así que esas lágrimas bien vertidas estuvieron y esa pena tuvo razón de ser, así como este recuerdo nunca estará demás.

Me parece increíble que, como si fuera un soplo de vida, ya hayan transcurrido 23 años desde aquella fatídica jornada. Y sin embargo, no hay 8 de diciembre en el que no haga una oración por el descanso eterno de todos los fallecidos en aquel accidente, pero en especial por el Chueco Marcos, Caíco, Sussoni, Pechito, Reyes, Watson, Tejada, Mendoza, Peña, Chamochumbi, Cavero, Garretón, Tomassini, León, y los inolvidables potrillos José Casanova, Carlitos “Pacho” Bustamante, y el 19, Luis Antonio “El Potrillo” Escobar. Todos ellos, siempre presentes en mi corazón aliancista.

8 de diciembre. Menuda fecha, vaya que sí.


* Imagen de la Inmaculada Concepción disponible aquí.

* Imagen de John Lennon disponible aquí.

* Imagen de Alianza Lima del 8 de diciembre de 1987 disponible aquí.


lunes, 6 de diciembre de 2010

Lunes color amarillo



"... corriendo en pleno cielo, cristales de amor amarillo..." (Cerati)

En estos casi diez años viviendo en la Dominican Republic, tres son las veces que recuerdo haber visto movilizaciones significativas del grueso de su población:

La primera, con motivo de la participación de una muchacha dominicana, Martha Heredia, en un programa llamado Latin American Idol a mediados del año 2009. Las llamadas de los dominicanos fueron enfilando a Martha hacia las finales de dicho programa concurso, y cuando llegó la gran final, la movilización para llamar y votar por ella fue masiva a nivel nacional. Ciertamente que votaba "toda" Latinoamerica, pero no me cabe duda que el grueso de la votación que le dio a la Heredia el triunfo provino de tierra quisqueyana (a propósito... alguien sabe que es de la vida de Martha Heredia? en su descargo vale recordar que ninguno de los ganadores de ese programa ha desarrollado carrera exitosa alguna, que haya trascendido a nivel verdaderamente latinoamericano).

La segunda ocurrió después del terrible terremoto que afectó la isla el 12 de enero de este año y que asoló Haití. Ignoro si el resto del mundo se habrá enterado, pero las manifestaciones de solidaridad y desprendimiento de los dominicanos para con sus vecinos, fue conmovedora por decir lo menos. Las donaciones y las campañas de recolección de víveres para enviar a las cientos de miles de personas afectadas, dejaron de lado diferencias y prejuicios impropios de la trágica circunstancia. Fue de tal magnitud el movimiento ciudadano, que en aquel momento me pregunté si acaso ese tipo de movilizaciones no podrían realizarse para pronunciarse sobre problemas propios del país.

Hoy se dio aquello que me preguntaba. En un país en donde los políticos (sean del partido que sean) parecen traspapelar las prioridades y dejan aquellas básicas como la salud y la educación relegadas a un tercer o cuarto plano, no se está cumpliendo con la ley que establece que a "educación" le corresponde el 4% del PIB. No sólo no se cumple, sino que se reitera que no se va a cumplir bien porque se argumenta que no se puede, bien porque se indica sin empacho que son otras las prioridades del país.

El reclamo por el 4% fue creciendo y, ante la indiferencia, el ruido cada vez fue mayor, hasta llegar al día de hoy, en donde se convocó a un "lunes amarillo", en el cual se invitó a la población a manifestar su rechazo al incumplimiento de la ley y su exigencia del 4% vistiendo de amarillo. Una forma diferente, pacífica, quizás hasta "naif" de protestar, pero que a juzgar por la cantidad de camisetas, polos, blusas, cinturones, corbatas y hasta cintillos y banderas amarillas vistas en la calle y en los autos hoy en la ciudad, resulto exitosa sin duda en lo que a convocatoria se refiere (que tenga éxito en cuanto a ser escuchada y se logre el objetivo ya es harina de otro costal).

Lo de hoy me pareció genial y como ciudadano espero que sea el inicio de una tendencia en virtud de la cual los dominicanos se dejen sentir ante situaciones en las que no solo se requiere hablar o criticar, sino también actuar.

Ojalá que también sea el inicio de una jornada de reflexión y de cambio. Quisqueya es hermosa y su gente es más buena que el pan (salvo cuando manejan, pero eso da para otra nota). Por eso uno, como espectador de su devenir, y ahora como esposo de dominicana y padre de un dominicano-peruano, desea fervientemente que R.D. cada día avance y no retroceda. Pero así como a veces el repetido "así somos los dominicanos" aplica a plenitud para resaltar las tantas virtudes de este pueblo, en otras circunstancias ese mismo latiguillo cansa y resulta inaceptable para justificar los vicios y defectos que obstaculizan el desarrollo de este país.

Desde la objetividad que me permite el ser foráneo y en consecuencia no tener afiliación ni simpatía política alguna, espero que a futuro haya lunes amarillos o del color que se quiera para exigir a quienes deseen gobernar este país que expongan planes de gobierno concretos y debatan, no una sino las veces que sean necesario los mismos, exponiéndose al escrutinio de la gente a la que van a representar, para que el elector pueda tomar una decisión sustentada en propuestas concretas, y no en la repartición de funditas, lanzamiento de billetes, o inaguantables caravanas de "musicones" que irrespetan el derecho de los ciudadanos a vivir en un entorno de paz sin afectación de su medio ambiente (sí, esas campañas sonoras también contaminan).

Que lo de hoy sea un inicio o un retomar la búsqueda del bien común. Cuando los esfuerzos se orienten al bien de todos (como lo es la educación) y no solamente de nuestros intereses particulares, no me cabe duda, que Quisqueya no solamente será bella, sino que empezará a desarrollar el enorme potencial que su tierra y su pueblo tienen dentro de sí.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Paternidad



Hace dos semanas que soy padre. Ergo, si no soy la persona más feliz del mundo, por lo menos choca en el palo. Lo curioso es que ante uno de los eventos más hermosos y trascendentales de mi vida, me he quedado sin palabras. O quizás más que ello, lo que sucede es que no encuentro la palabra exacta que pueda transmitir lo exultante e indescriptible del sentimiento que vivo.

Eso sí, la experiencia me permite reafirmar y descubrir una serie de situaciones. Primero, mi fe en Dios más fortalecida que nunca por tantas bendiciones y por la impresionante experiencia de la concepción, el embarazo y el parto natural. Dios Padre Creador. Luego mi admiración a la mujer, en especial a mi esposa ciertamente, aumentada de forma exponencial. La bendición de ser madre tiene su prueba de fuego con un inicio en donde la mujer saca fuerzas y aguanta con valor, con pundonor y sobre todo con mucho amor. Dios bendiga a la mujer. De hecho mujer también fue la doctora que atendió el parto, una estrella, una fuoriclasse . Y por otro lado, comienza el inevitable camino de descubrir y valorar en un modo distinto, más íntimo, menos superficial, más profundo, a mis padres. Apenas en quince días uno empieza a ver, sentir, escuchar, palpar de una forma nueva, con un inevitable tufillo paternal. Y ahora es que recién se empieza a desandar el camino.

Y en medio de tantas sensaciones, sentimientos y pensamientos, esta mi hijo. Una creación y una bendición de Dios, tan vulnerable como hermoso, tan frágil como despierto, único hasta lo inigualable. Benditas sean los trasnoches a punta de cambios de pañales y acompañar a mi esposa mientras lo alimenta. Que duren para siempre aquellos momentos donde esa cabecita de pelitos lacios y oscuros, decide descansar confiada en mi hombro.

Quien sabe, quizás las horas muertas en las que quedo absorto simplemente mirándolo dormir puedan ser mejor testimonio que diez mil palabras, de todo lo que él significa para mí.

Te amo hijo mío, bendición de Dios.

Imagen disponible aquí

Nada personal

Seguimos haciendo fuerza por ti Gustavo. Y digo seguimos porque somos mucho más que dos. Ya van casi cuatro meses desde tu viaje particular, tan único, tan especial y nosotros, egoístas al fin, desesperamos porque vuelvas y nos cuentes lo que viviste por allá. Como si no nos hubieras regalado suficiente con tu música, queremos que vuelvas, en el séptimo día o en un millón de años luz, pero que vuelvas por acá. Egoístas, eso es lo que somos. Quien sabe si lo único que quieres es que como tantas veces nos dijiste En Remolinos, te dejemos vivir este sueño, el mejor que has tenido. Fuerza Cerati.

Imagen disponibles en Facebook oficial de Gustavo