Resulta que estoy a 50 días de unirme en sagrado matrimonio con mi amada novia. 50 días. Una eternidad y una brevedad al mismo tiempo. Con contradictorios sentimientos respecto al transcurrir del tiempo. De a ratos, deseando despertar y que ya sea 17 de enero, y estar ahí, junto a ella, agarraditos de la mano, en frente de nuestro Señor con la Madre como testigo amoroso e intercesor. Pero también, con ganas de que los días pasen un poquito más lentos y uno pueda saborear cada minuto de estos días, disfrutar –sí, digo bien, difrutar-, las correrías, los arreglos, el stress pre nupcial, esa ansiosa inquietud que se produce en uno conforme se acerca ‘el día’. Solamente una vez amé en la vida dice una canción, pues solamente una vez pretendo casarme, así que a medida que pasan los días es paradójico, pero siento cierta nostalgia por los días que van pasando de ese proceso tan especial que se da entre que entregas el anillo, y te casas. Sin embargo la nostalgia hace un contrapeso singular con las ganas enormes de casarme, y de poder estar ya juntitos para siempre, mi amada mujer y yo.
Cuando miro para atrás sonrió preguntándome donde quedó aquella ‘roca’ inexpugnable que se jactaba a voz en cuello de ser impermeable al amor y a las relaciones de pareja; donde quedaron mis frases de cabecera que repetía como latiguillo ante cualquier circunstancia: ‘por eso no me caso’, ‘por eso no tengo novia’; repetidas como si fueran letanías, las había hecho creer en la gente, pero lo mejor –o lo peor- del caso era que yo mismo me la había creído.
Y ahora nada. De roca solamente tengo el nombre, y de impermeable solamente el abrigo que compre para guarecerme del frio en nuestros próximos viajes. Incluso hasta mi reconocida fama de “Grinch” anti navideño ha quedado en seria duda, ante mis nuevas manifestaciones de bienvenida a las fiestas de fin de año. Bue, es cierto... la nostalgia y particular sensación de ‘no se qué’ que me produce la Navidad, no se va a ausentar de mí de la noche a la mañana, pero, estando a punto de unirme con una mujer que ama y disfruta con pasión cada momento de la Navidad, no puedo sino irme acostumbrando a añorar menos y a celebrar más.
Los 50 días antes de “Normandía” me toman también a la expectativa de poder reencontrarme con afectos míos de quienes me separa la distancia, pero me une de forma indestructible un aprecio y un cariño que dura “por todas las edades” como dice el Salmo. Esa posibilidad de abrazar, besar, conversar, compartir y ser anfitrión de ellos, me origina una sensación de alegría, que unida a la expectativa me tienen lleno de ganas que lleguen ‘ya’, de una buena vez. Por lo pronto, mi madre cual soldado líder del pelotón de avanzada, llega pronto y tenerla a mi lado será más que especial.
No voy a negar que en el proceso no son pocas las veces que pienso en mi adorada abuelita. Sé, por fe, que ella lo ve y lo disfruta desde arriba, bien acompañada de El que todo lo puede. Pero no voy a negar que me hubiera encantado que ella compartiera físicamente el momento conmigo. Pienso a veces lo bien que le hubiera caído mi novia y viceversa, y lo divertido que hubiera sido tenerla ‘metiendo la cuchara’ en los preparativos. No está, pero está. Porque su presencia en mi vida es permanente y mi recuerdo hacia ella no tiene descanso. Siempre presente y siempre amada.
Son momentos especiales ciertamente. No los había vivido antes y no volverán a pasar, así que corresponde disfrutarlos y eso trato. Mañana serán un grato recuerdo que uno no se cansará de contar cuantas veces se lo pidan. Mientras tanto, es un hermoso presente regalado por Dios, en donde comienzo a ver como mi ruta arriba a un cruce de caminos en donde se une con otro, hermoso, único e incomparable él (bueno, ella), para hacerse uno solo de allí en más. Un camino a recorrer juntos y para siempre.
50 días... y yo aquí... parado entre la eternidad y la brevedad, sostenido en el amor...
(Foto disponible en www.gettyimages.com)