viernes, 28 de noviembre de 2008

50 días


 

Resulta que estoy a 50 días de unirme en sagrado matrimonio con mi amada novia. 50 días. Una eternidad y una brevedad al mismo tiempo. Con contradictorios sentimientos respecto al transcurrir del tiempo. De a ratos, deseando despertar y que ya sea 17 de enero, y estar ahí, junto a ella, agarraditos de la mano, en frente de nuestro Señor con la Madre como testigo amoroso e intercesor. Pero también, con ganas de que los días pasen un poquito más lentos y uno pueda saborear cada minuto de estos días, disfrutar –sí, digo bien, difrutar-, las correrías, los arreglos, el stress pre nupcial, esa ansiosa inquietud que se produce en uno conforme se acerca ‘el día’. Solamente una vez amé en la vida dice una canción, pues solamente una vez pretendo casarme, así que a medida que pasan los días es paradójico, pero siento cierta nostalgia por los días que van pasando de ese proceso tan especial que se da entre que entregas el anillo, y te casas. Sin embargo la nostalgia hace un contrapeso singular con las ganas enormes de casarme, y de poder estar ya juntitos para siempre, mi amada mujer y yo.

Cuando miro para atrás sonrió preguntándome donde quedó aquella ‘roca’ inexpugnable que se jactaba a voz en cuello de ser impermeable al amor y a las relaciones de pareja; donde quedaron mis frases de cabecera que repetía como latiguillo ante cualquier circunstancia: ‘por eso no me caso’, ‘por eso no tengo novia’; repetidas como si fueran letanías, las había hecho creer en la gente, pero lo mejor –o lo peor- del caso era que yo mismo me la había creído.

Y ahora nada. De roca solamente tengo el nombre, y de impermeable solamente el abrigo que compre para guarecerme del frio en nuestros próximos viajes. Incluso hasta mi reconocida fama de “Grinch” anti navideño ha quedado en seria duda, ante mis nuevas manifestaciones de bienvenida a las fiestas de fin de año. Bue, es cierto... la nostalgia y particular sensación de ‘no se qué’ que me produce la Navidad, no se va a ausentar de mí de la noche a la mañana, pero, estando a punto de unirme con una mujer que ama y disfruta con pasión cada momento de la Navidad, no puedo sino irme acostumbrando a añorar menos y a celebrar más.

Los 50 días antes de “Normandía” me toman también a la expectativa de poder reencontrarme con afectos míos de quienes me separa la distancia, pero me une de forma indestructible un aprecio y un cariño que dura “por todas las edades” como dice el Salmo. Esa posibilidad de abrazar, besar, conversar, compartir y ser anfitrión de ellos, me origina una sensación de alegría, que unida a la expectativa me tienen lleno de ganas que lleguen ‘ya’, de una buena vez. Por lo pronto, mi madre cual soldado líder del pelotón de avanzada, llega pronto y tenerla a mi lado será más que especial.

No voy a negar que en el proceso no son pocas las veces que pienso en mi adorada abuelita. Sé, por fe, que ella lo ve y lo disfruta desde arriba, bien acompañada de El que todo lo puede. Pero no voy a negar que me hubiera encantado que ella compartiera físicamente el momento conmigo. Pienso a veces lo bien que le hubiera caído mi novia y viceversa, y lo divertido que hubiera sido tenerla ‘metiendo la cuchara’ en los preparativos. No está, pero está. Porque su presencia en mi vida es permanente y mi recuerdo hacia ella no tiene descanso. Siempre presente y siempre amada.

Son momentos especiales ciertamente. No los había vivido antes y no volverán a pasar, así que corresponde disfrutarlos y eso trato. Mañana serán un grato recuerdo que uno no se cansará de contar cuantas veces se lo pidan. Mientras tanto, es un hermoso presente regalado por Dios, en donde comienzo a ver como mi ruta arriba a un cruce de caminos en donde se une con otro, hermoso, único e incomparable él (bueno, ella), para hacerse uno solo de allí en más. Un camino a recorrer juntos y para siempre.

50 días... y yo aquí... parado entre la eternidad y la brevedad, sostenido en el amor...

(Foto disponible en www.gettyimages.com)

Taxi Silence


*Las historias de taxi están bastante lejos de la insoportable pseudo poesía del insoportable Arjona. Eso sí, no dejan de ser ricas en contenido independientemente que algunas veces resulten simpáticas y otras veces relatos cercanos a cuentos de terror. Al abrir esta etiqueta planeo de cuando en cuando escribir algunas experiencias que me puedan acontecer en los taxis, en este caso, en la capital dominicana, Santo Domingo de Guzmán. Obviamente, como siempre la aclaración que el porcentaje de realidad y de creación dentro del relato, queda al libre albedrío del escritor. En cuanto al porqué tomo taxis de cuando en cuando queda explicado en la primera entrada de esta sección.

 

Tengo cita con el dentista al mediodía. Voy al dentista los sábados pero esta semana no hubo remedio así que opté por sacrificar la hora de almuerzo en aras de la salud bucal. Antes de llamar el ascensor, llamo a la compañía de taxis para que me envíe “una unidad” en el término de la distancia. Hay que pedirlo “confortable y con aire” para que se dignen enviarte una unidad más o menos decente, y sobre todo, para no soasarme de calor dentro del vehículo en medio del caluroso mediodía caribeño. El operador me confirma la “noventa sie-te-cua-tro, noventa siete –cua-tro, rojo, rojo, tres minutos tres minutos”. Yo ya sé que esos tres minutos usualmente se multiplican por cuando menos 3 y que las unidades suelen llegar a los diez minutos salvo honrosas y contadas excepciones.

¿Por qué pido un taxi teniendo mi auto? Por razones de costo-beneficio. El dentista queda lo suficientemente lejos como para que el tramo no baje de veinte minutos en el mejor de los casos y al mediodía el calor es el menor de los males. El tráfico capitaleño se torna (más) insoportable y por encima de ahorrar o no combustible, el verdadero ahorro lo tengo en reducción de stress, bilis, malas palabras, que son las que me fluyen como a la flor de la canela ante las tropelías que se cometen en las calles de esta ciudad, cada vez más llena de autos y menos provista de alternativas de desahogo a los descomunales “tapones” que se forman por doquier. Así que el costo es no ir en mi auto y tener que llamar un taxi de ida y de vuelta, pero el beneficio está en la salud mental que conservo sentado en el asiento de atrás curioseando las funcionalidades de mi celular.

Aunque a veces el costo sube un poquito...

El taxi llega con puntualidad inusual antes de los cinco minutos. Me subo concentrado en mis cosas y sin ganas de tener mayor conversación con el taxista. Guardo la secreta esperanza que tenga prendida la radio para escuchar a Trespatines en la Tremenda Corte, que todos los días a las 12.00 divierte por las ondas de una de las radios más populares de la ciudad. Pero la única radio prendida es la que mantiene comunicadas las unidades con el operador, así que no pierdo tiempo en averiguar si la radio funciona, sino que me meto en el internet a ver algo de noticias de Perú.

 

Dije que no tenia ganas de conversar, pero no dije que por el contrario, el taxista tenía una idea bastante distinta a la mía. Me imagino que al no tener una radio que lo distraiga, el pobre hombre debe tener como tabla de salvación (o de conversación) a los clientes que vaya recogiendo; de haber sabido el que le iba a tocar creo que él hubiera preferido seguir dando vueltas...

No sirvió ni siquiera poner mi mejor onda caracúlica. Ni bien arrancó comenzó... ¿Esta usted trabajando temporalmente por acá?... ¿Eh? (cara de no me preguntas más). No, no, puf, yo trabajo aquí hace tiempo, hace tiempo (vuelta a mirar el celular a ver si entiende la indirecta)... ah, osea que ya tiene tiempo trabajando acá... ¿Eh?, sí, sí... (al menos no me preguntó si era ecuatoriano, mexicano, centroamericano o lo que sea con lo que los taxistas intentan adivinar mi nacionalidad sin acertar salvo que sea un taxista que tiene algún amigo o conocido peruano y entonces cuando le acierta dice con singular gracia “le reconocí de inmediato el acento”...)

Creo tontamente haber acabado con las fuerzas conversadoras del taxista cuando ahí nomás vuelve al ataque... ¿este tráfico si que está insoportable eh, ah, no? ... ¿Eh?, seee, seee, insoportable insoportable... ahí mismo nomás llamo a alguien para hablar por teléfono un rato y ver si así el don capta el mensaje. Cuelgo rápido y ante la incomodidad del silencio próximo a romperse, opto por cerrar los ojos y adoptar una actitud de relajación, a ver si el buen hombre deja descansar...

A esta hora cualquier ruta para llegar donde vamos está complicada eh, por cualquier lado se complica y se demora, como sea hay que pasar por la 27*, y luego cualquier callecita esta llena de policías acostados*, una vaina ¿eh, ah no? ... (sí es una vaina) ajá... eso es lo único que suelto junto a una mirada de reojo al retrovisor desconfiando del taxista. ¿Me está diciendo eso solo para conversar o porque me está anestesiando la tarifa que me va a cobrar al llegar a destino?

¿Vio? ¿vio? (que carajo voy a ver si tengo los ojos cerrados jetón) esta ruta que tomé fue más rápida...y déjeme coger este carril para doblar, que si cojo el otro (léase, el que realmente debería tomar) no vamos a doblar nunca... uepa! Ahí están las de tránsito llenándose los bolsillos con la multas, me voy a poner ésta vaina (la vaina es el cinturón y yo no me había percatado que el tipo no lo llevaba puesto)... ya está me lo voy a quitar, a no me gusta estar usando esta vaina, no me gusta andar ajustado, jeje, voltea el hombre tratando de ser simpático y buscando que yo me solidarice con su imprudencia. A mal árbol se arrima. Levanto la mirada por cuchucientava vez y con la mejor mala onda del mundo trato de apegarme a las reglas de tránsito... a mi me parece que usted debería usarlo... señor... la sonrisa desaparece de la faz del taxista y por fin logro un silencio que apreciaré hasta el final del camino, cuando por toda venganza por mi nula solidaridad, hizo lo que supuse desde que soltó aquel comentario de la distancia: cobrarme diez pesos más de lo normal...

Y bueno... si pagando esos diez pesos adicionales podía por fin tener algo de silencio, entonces valía la pena pagarlos y los pagué... total, me dije, en el dentista tengo que tener la boca abierta y si el doctor se pone a conversar tengo la excusa perfecta para no contestar... doctor, no le puedo contestar, ¡porque usted me está atendiendo!

(Foto disponible en www.freefoto.com)