viernes, 28 de noviembre de 2008

Taxi Silence


*Las historias de taxi están bastante lejos de la insoportable pseudo poesía del insoportable Arjona. Eso sí, no dejan de ser ricas en contenido independientemente que algunas veces resulten simpáticas y otras veces relatos cercanos a cuentos de terror. Al abrir esta etiqueta planeo de cuando en cuando escribir algunas experiencias que me puedan acontecer en los taxis, en este caso, en la capital dominicana, Santo Domingo de Guzmán. Obviamente, como siempre la aclaración que el porcentaje de realidad y de creación dentro del relato, queda al libre albedrío del escritor. En cuanto al porqué tomo taxis de cuando en cuando queda explicado en la primera entrada de esta sección.

 

Tengo cita con el dentista al mediodía. Voy al dentista los sábados pero esta semana no hubo remedio así que opté por sacrificar la hora de almuerzo en aras de la salud bucal. Antes de llamar el ascensor, llamo a la compañía de taxis para que me envíe “una unidad” en el término de la distancia. Hay que pedirlo “confortable y con aire” para que se dignen enviarte una unidad más o menos decente, y sobre todo, para no soasarme de calor dentro del vehículo en medio del caluroso mediodía caribeño. El operador me confirma la “noventa sie-te-cua-tro, noventa siete –cua-tro, rojo, rojo, tres minutos tres minutos”. Yo ya sé que esos tres minutos usualmente se multiplican por cuando menos 3 y que las unidades suelen llegar a los diez minutos salvo honrosas y contadas excepciones.

¿Por qué pido un taxi teniendo mi auto? Por razones de costo-beneficio. El dentista queda lo suficientemente lejos como para que el tramo no baje de veinte minutos en el mejor de los casos y al mediodía el calor es el menor de los males. El tráfico capitaleño se torna (más) insoportable y por encima de ahorrar o no combustible, el verdadero ahorro lo tengo en reducción de stress, bilis, malas palabras, que son las que me fluyen como a la flor de la canela ante las tropelías que se cometen en las calles de esta ciudad, cada vez más llena de autos y menos provista de alternativas de desahogo a los descomunales “tapones” que se forman por doquier. Así que el costo es no ir en mi auto y tener que llamar un taxi de ida y de vuelta, pero el beneficio está en la salud mental que conservo sentado en el asiento de atrás curioseando las funcionalidades de mi celular.

Aunque a veces el costo sube un poquito...

El taxi llega con puntualidad inusual antes de los cinco minutos. Me subo concentrado en mis cosas y sin ganas de tener mayor conversación con el taxista. Guardo la secreta esperanza que tenga prendida la radio para escuchar a Trespatines en la Tremenda Corte, que todos los días a las 12.00 divierte por las ondas de una de las radios más populares de la ciudad. Pero la única radio prendida es la que mantiene comunicadas las unidades con el operador, así que no pierdo tiempo en averiguar si la radio funciona, sino que me meto en el internet a ver algo de noticias de Perú.

 

Dije que no tenia ganas de conversar, pero no dije que por el contrario, el taxista tenía una idea bastante distinta a la mía. Me imagino que al no tener una radio que lo distraiga, el pobre hombre debe tener como tabla de salvación (o de conversación) a los clientes que vaya recogiendo; de haber sabido el que le iba a tocar creo que él hubiera preferido seguir dando vueltas...

No sirvió ni siquiera poner mi mejor onda caracúlica. Ni bien arrancó comenzó... ¿Esta usted trabajando temporalmente por acá?... ¿Eh? (cara de no me preguntas más). No, no, puf, yo trabajo aquí hace tiempo, hace tiempo (vuelta a mirar el celular a ver si entiende la indirecta)... ah, osea que ya tiene tiempo trabajando acá... ¿Eh?, sí, sí... (al menos no me preguntó si era ecuatoriano, mexicano, centroamericano o lo que sea con lo que los taxistas intentan adivinar mi nacionalidad sin acertar salvo que sea un taxista que tiene algún amigo o conocido peruano y entonces cuando le acierta dice con singular gracia “le reconocí de inmediato el acento”...)

Creo tontamente haber acabado con las fuerzas conversadoras del taxista cuando ahí nomás vuelve al ataque... ¿este tráfico si que está insoportable eh, ah, no? ... ¿Eh?, seee, seee, insoportable insoportable... ahí mismo nomás llamo a alguien para hablar por teléfono un rato y ver si así el don capta el mensaje. Cuelgo rápido y ante la incomodidad del silencio próximo a romperse, opto por cerrar los ojos y adoptar una actitud de relajación, a ver si el buen hombre deja descansar...

A esta hora cualquier ruta para llegar donde vamos está complicada eh, por cualquier lado se complica y se demora, como sea hay que pasar por la 27*, y luego cualquier callecita esta llena de policías acostados*, una vaina ¿eh, ah no? ... (sí es una vaina) ajá... eso es lo único que suelto junto a una mirada de reojo al retrovisor desconfiando del taxista. ¿Me está diciendo eso solo para conversar o porque me está anestesiando la tarifa que me va a cobrar al llegar a destino?

¿Vio? ¿vio? (que carajo voy a ver si tengo los ojos cerrados jetón) esta ruta que tomé fue más rápida...y déjeme coger este carril para doblar, que si cojo el otro (léase, el que realmente debería tomar) no vamos a doblar nunca... uepa! Ahí están las de tránsito llenándose los bolsillos con la multas, me voy a poner ésta vaina (la vaina es el cinturón y yo no me había percatado que el tipo no lo llevaba puesto)... ya está me lo voy a quitar, a no me gusta estar usando esta vaina, no me gusta andar ajustado, jeje, voltea el hombre tratando de ser simpático y buscando que yo me solidarice con su imprudencia. A mal árbol se arrima. Levanto la mirada por cuchucientava vez y con la mejor mala onda del mundo trato de apegarme a las reglas de tránsito... a mi me parece que usted debería usarlo... señor... la sonrisa desaparece de la faz del taxista y por fin logro un silencio que apreciaré hasta el final del camino, cuando por toda venganza por mi nula solidaridad, hizo lo que supuse desde que soltó aquel comentario de la distancia: cobrarme diez pesos más de lo normal...

Y bueno... si pagando esos diez pesos adicionales podía por fin tener algo de silencio, entonces valía la pena pagarlos y los pagué... total, me dije, en el dentista tengo que tener la boca abierta y si el doctor se pone a conversar tengo la excusa perfecta para no contestar... doctor, no le puedo contestar, ¡porque usted me está atendiendo!

(Foto disponible en www.freefoto.com)

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