lunes, 27 de julio de 2009

Feliz 28 (Reloaded)*


"...Déjame que te cuente limeño, Ay deja que te diga moreno mi pensamiento...a ver si así despiertas del sueño, del sueño que entretiene moreno tu sentimiento...” (Chabuca Granda dixit –me pongo de pie y me saco el sombrero-)

Dicen que la distancia es el olvido, pero igual que Roberto Cantoral, yo tampoco concibo esa razón. Tras ocho años y medio lejos de mi país, cada día que pasa genera un inexorable crecimiento de la ligazón con mi querido Perú. También dicen que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde y algo de cierto debe tener la bendita frase, tan manoseada y utilizada por todos alguna vez en su vida. En mi caso también debe ser verdad. Viviendo en la Lima de antaño, también Lima la horrible, hoy Lima la añorada, pocas veces uno supo apreciar lo bueno y hermoso de mi ciudad. Siempre es más fácil verle la quinta pata al gato y ver solamente lo malo y lo feo, nunca lo bueno. ¡Menuda lección la que brindan los años, pero sobre todo la distancia!

¿Qué por qué se quiere tanto al Perú a la distancia? Es difícil saberlo o en todo caso poder explicarlo, ya que quizás predomina más el sentimiento que una o mil razones. En todo caso es un hecho concreto que por lo menos en mi caso –dado que las generalizaciones siempre son malas y sobre todo inexactas- ya concluí de forma irremediable que la nostalgia peruana me acompañará siempre y que el cariño por la tierra mía se mantendrá y más que eso, crecerá.

No es solamente Lima, es el Perú. Ese mendigo sentado en el banco de oro de Raimondi. Ese generoso bello durmiente de la Chabuca Limeña. Ese país que cobija en sus entrañas a Machu Pichu, maravilla del mundo aún antes que una votación por internet así lo confirmara. Es todo el Perú. Mi Perú.

¿La distancia y los años generan una sensación que lleva a idealizar el terruño lejano al extremo de recordarlo más hermoso y entrañable de lo que es? No lo sé. Puede ser, Tal vez sí. Tal vez no. Para el caso da lo mismo. Cada vez que vuelvo -ahora casi como un forastero en mi propio país-, lo veo mejorando, avanzando, creciendo, seduciéndome cruelmente a una vuelta definitiva. Quien sabe si engañándome cual mujer interesada, mostrándome sólo lo bueno y atractivo, ocultándome todo lo malo, todo lo feo. Después de todo, cuando las visitas son así, esporádicas y breves, todo siempre es bonito, todos siempre te tratan bien, todo parece un cuento de hadas en donde el único problema es que al final de la visita hay que comprar un pantalón nuevo porque los que uno llevó no cierran debido a que uno come desesperadamente y sin medida alguna todas aquellas delicias que solamente pueden comerse en el Perú (sin falsa modestia alguna, el país donde mejor se come en el mundo).

¿Qué hablar y querer desde fuera es fácil porque no se vive el día a día y las idas y venidas que sólo se sufren viviéndolas in situ? No lo sé. No creo. Alguna vez lo pensé cuando vivía en el país y leía gente viviendo fuera opinando de cosas de dentro. Pero ahora que vivo fuera es paradójico que a uno le cueste tanto desligarse de esa necesidad de estar al tanto de lo que pasa dentro. Es irónico reconocer que hoy en día reviso diariamente las noticias del Perú como parte de mi rutina diaria, quizás más que lo que las revisaba por allá. Y uno extraña. Y uno lee. Y uno se informa. Y uno se alegra. Y uno sufre –Dios sabe como sufrí a la distancia ese terremoto del 2007-. Y claro, inevitablemente, uno opina. Si eso es un pecado que le voy a hacer. Pecado de amor y nostalgia será. Ya lo cantaba Rómulo Varillas. Aquel que no ha pecado no es humano, aquel que no ha querido no ha vivido. Así que si se peca por querer a la tierra que a uno lo vio nacer, pues me declaro convicto y confeso.

Resulta digno de análisis como puede tocar a uno las fibras más intimas y hacerlo emocionar hasta el caracú, el escuchar las notas de un valsecito peruano. Uno cierra los ojos se imagina una cevichería, la Inca Kola o la cervecita, la canchita serrana para ir matando el hambre, la conversación de turno, mientras va sonando el punteo inigualable del maestro Oscar Avilés y el Zambo Cavero sentado en ese cajón que sólo Dios sabe como lo aguanta, arranca cantando “Cuando tengas que partir quiero que sepas, que estaré pensando en ti todos mis días, vivirás en mi alegría y mi tristeza, reinarás en el altar del alma mía, ... cada domingo a las doce saldré a la ventana para esperarte como antes después de la misa” (Pausa para esperar que el nudo en la garganta desaparezca o para que se piante de una vez el lagrimón).

Ahora que a la distancia, en una tierra que ha sabido acogerme con cariño y con la que corresponde ser agradecido, me casé con la mujer con la que Dios tuvo a bien bendecirme, y a la que amo con un amor que crece día a día, debo aceptar que, aunque nada es imposible, la vuelta definitiva luce muy lejana perdiéndose al final del horizonte. Si así ha de ser, estoy claro que ese cordón umbilical que me une a mi querido Perú no va a romperse nunca y que como reza la canción “sobre mi pecho llevo tus colores y están mis amores y cuando yo muera me uniré en la tierra... Contigo Perú”.

Chicha y mazamorra morada. Santa Rosa, San Martín y Cristo Moreno en morada procesión, con olor a sahumerio y turrón de Doña Pepa de por medio. Clásico mi Alianza frente al acérrimo pero necesario rival en mi íntimo Matute o en el gigantesco Monumental en ese fútbol nuestro que seguimos a pesar que las glorias y triunfos sólo se recuerden en blanco y negro. Pinglo y Chabuca. Cavero y Avilés. Fiesta Criolla y Embajadores también Criollos. Lucha Reyes y la incomparable Eva Ayllón –me pongo de pie y me saco el sombrero otra vez-. Gianmarco y el Maestro Juan Diego Florez. Tilsa Tsuchiya y Fernando de Szyszlo. Vargas Llosa y Bryce-Echenique. Tiro, voley y surf u oro, plata y campeonato mundial que es lo mismo. Costa, sierra, selva, vals, huayno y cumbia.

Perú. Mi Perú. Con todos sus contrastes. Con todas sus oportunidades. Con su pasado milenario. Con todo lo malo y lo feo. Pero también con todo lo bueno. Perú. Mi tierra, mi familia, mis amigos, mi música, mi fútbol, mi comida. Espero que sepas comprender y perdonar la distancia, pero sabes que te sigo queriendo o lo que es más peculiar, te quiero aún más. Te amo Perú, Generoso Bello Durmiente.

Sí, demasiada nostalgia lindante con la cursilería, que se le va a hacer... Cholo soy y no me compadezcan... feliz 28...aquí, allá o acullá... ¡Que Viva el Perú carajo!


* Esta es nueva versión de escrito hecho hace dos años, mejorada y "reloaded"


miércoles, 15 de julio de 2009

Tarata

Estaba contento. Había conocido a esta muchacha en uno de aquellos célebres almuerzos de la Chacra, y me pareció recontra atractiva. Por lo carilinda, el contraste de sus ojos con su cabello colorado, por su look dark y sobre todo porque gustaba mucho de la música de The Cure. ¡Era la chica ideal! Lamentablemente sólo estaba de visita en el país y se iba en par de semanas. Como quiera en un inusual rapto de atrevimiento la invité para ir a Nirvana antes que se vaya y así poder compartir un momento disfrutando de la música que nos gustaba y del ambiente tan particular de aquella discoteca ubicada en Miraflores. Era claro que el asunto no tenía futuro alguno –por la distancia por sólo poner una razón-, pero el compartir nuevamente con aquella muchacha definitivamente valía la pena. Ella aceptó, así que quedamos en ir el 20 de Julio.

Aquella noche del 16 de julio de 1992 estudiaba con El Gordo para finales de ciclo en la universidad. Estábamos en mi casa con mi hermana menor y mi madre. Mi otra hermana estaba fuera, no recuerdo donde. En determinado momento se fue la luz, lo que no era raro por aquellas épocas en los que las torres de energía eléctrica eran los blancos favoritos de los terroristas (en aquel año fue que salió aquella canción de Los Nosequien y Los Nosecuantos llamada precisamente “Las Torres”). Bueno fuera que hubieran seguido teniendo las torres como blanco preferido, pero hacía tiempo que en las provincias también victimaban a gente inocente, y para los limeños, el remezón se fue intensificando de a poco, con el atentado al local del Canal 2 en junio del 92 como la muestra más palpable que el terrorismo seguía indetenible en su avance y en su locura asesina.

Como a las nueve y pico de la noche entonces sucedió. El bombazo al Canal 2 lo habíamos sentido fortísimo a pesar de estar lejos de esa zona, pero la de esa noche fue la explosión más fuerte que sentimos. Fue como si el ‘bombazo’ hubiera sido a la vuelta de mi casa. Ensordecedor, estremecedor, aterrador. Recuerdo el terror en los ojos de los presentes en casa, deduzco que ellos reflejaban el terror de los míos. Aún ahora casi veinte años después, me estremezco al recordarlo y escribirlo. Sin televisión y a la luz de las velas buscamos el ‘radito’ a pilas que en esos años se había convertido en compañero inseparable. Tres cosas tenían que haber siempre disponibles en la casa: baldes de agua, velas (y fósforos) y el ‘radito’, con el que se cumplía aquella canción que decía que “la radio está más cerca de la gente”. Cómo no podía ser de otra manera pusimos RPP, Radio Programas del Perú, que ya con Miguel Aguirre en el estudio y con sus reporteros en la calle con Jesús Miguel Calderón a la cabeza, trataban de transmitir serenidad a la población en tanto se ubicaba donde había sido el atentado.

Mi madre andaba desesperada en su preocupación por mi hermana, la que estaba fuera de casa. Afuera se podía escuchar algún vecino murmurando haciendo un réquiem por su ventana rota. Las noticias fueron llegando y así supimos –vía RPP- que el atentado había sido en Miraflores, a cinco minutos de casa, en la Calle Tarata, apenas a metros de la Avenida Larco a la que Frágil le dedica aquel clásico “Viernes Sangriento”. Nos quedamos mudos. Miraflores a esa hora de la noche tiene una gran afluencia de gente al ser un distrito muy comercial, pero adicionalmente, la pequeña Calle Tarata tenía edificios residenciales. Escarapelaba el cuerpo pensar cuantos muertos podían haber tras el atentado.

Mi hermana llegó al rato y mi madre no sabía si recriminarle su ausencia o darle gracias a Dios de verla llegar sana y salva. La pobre venía muy asustada. El bus en el que venía a casa pasó por la zona del desastre unos cuantos minutos después y a la distancia pudo apreciar que el panorama era desolador. La luz llegó y la televisión comenzó a mostrar las imágenes del horror. Donde minutos antes había edificios y departamentos, ahora sólo quedaban inmensos agujeros que parecían gritar desgarrados su dolor. En medio de los escombros, gente mal herida llamando a sus seres queridos desaparecidos sin poder encontrarlos. El humo que se desprendía del fuego de los incendios se mezclaba con el olor a muerte en el ambiente. En casa uno pasaba del terror a la indignación, a rumiar con dientes apretados y ojos enrojecidos la bronca que daba esa situación de nunca acabar y sentir que aquella violencia que los limeños vimos –quizás con culpable indiferencia- a la distancia durante muchos años, ahora estaba ahí, más que tocando la puerta, ya ingresando en el hogar de uno.

Después llegaron los números: 25 muertos (entre ellos dos estudiantes de la universidad, una de ellas de la Facultad de Derecho; a la entrada de la facultad aún hoy debe haber un árbol que en ese momento fue una pequeña ramita sembrada en recuerdo de ella), más de 200 heridos, incontables daños materiales, todo ello cortesía de dos coches bomba que en total contenían casi una tonelada de dinamita y anfo. El miedo, el dolor, el luto, la paranoia, el terror, eso era, y es imposible de medir, cuantificar, o agregar a las estadísticas como un componente más de las mismas.

Curiosamente Tarata fue el acercamiento más dramático del terror a los limeños, pero al mismo tiempo fue, sin querer queriendo, el principio del fin para sus desalmados autores. Aquella fatídica noche ni el más optimista hubiera podido asumir que menos de dos meses después su líder iba a caer apresado, por obra y gracias de quien quiera que haya sido finalmente el responsable de esa captura. Hoy 17 años después el recuerdo acudió a la mente con mucha fuerza y quise calmar los sentimientos que saltaron al recordar, escribiendo un poco, esperando que aquellas víctimas hoy puedan estar descansando en paz. En realidad, que todas las víctimas inocentes de la violencia, sea de donde provenga la misma, puedan descansar en paz. Como en paz reposa la Calle Tarata hoy, convertida en un apacible Boulevard, por el que pasa muchísima gente que ya ni se acuerda lo que pasó allí o que ni siquiera había nacido en aquel momento, y se entera del asunto cuando ve el pequeño monumento que recuerda a los ausentes.

Obviamente tres días después, el 20 de julio, lo pasé junto a mi madre y mis hermanas en casa, siguiendo las noticias que tenían como tema excluyente las secuelas del atentado. El Nirvana estaba cerrado y esa explosión se llevó hasta el recuerdo del nombre de aquella muchacha a la cual nunca más volví a ver.

martes, 7 de julio de 2009

MJ



Y resultó que de repente, todos estábamos hablando de Michael Jackson. Unos para bien y otros para mal, pero nadie pudo abstraerse de decir algo tras la repentina muerte del artista. Dicen que no hay novia ni recién nacido feo, ni muerto malo, aunque algunas veces ese refrán no resiste análisis. Entonces disfrazamos la realidad con sutil hipocresía: solemos destacar que el bebe es ‘graciosito’ –aun cuando nunca ha contado un chiste-, para evitar decir que es lindo cuando no lo es; y con la novia, el comentario siempre será que estaba ‘bella’ y el vestido estaba ‘divino’, aunque ya al día siguiente –resaca de por medio- habrá tiempo de acabar a la novia, su vestido, su peinado, el novio, las pobres damas y claro está, como evitarlo, la comida y la bebida.

Con Jackson no ha sido la excepción a la hora de la hipocresía y los extremos. Resultaron melosas hasta el cansancio las múltiples declaraciones de gente destacando las virtudes del buen Michael de modo tal que poco más y el 25 de junio tendría que agregarse en el Santoral el día de San MJ. Pero su muerte también saco lo peor de mucha gente, convirtiéndose de repente en jueces de la Suprema Corte de Justicia, y despachándose con todos los ataques habidos y por haber, condenando al mismo infierno al difuntito por crímenes que cometió, que pudo haber cometido, por los que lo juzgaron, y por los que nunca fue condenado. Y no faltaron claro, aquellos que sinceramente hastiados de la inevitable cobertura mediática, apelaron a una repentina conciencia social internacional reclamando que en Honduras había un golpe, en Irán una revuelta y que las noticias deberían enfocarse en lo que realmente importa y no en MJ, vapuleado en vida y también recibiendo sus ‘chiquitas’ post mortem.

Para mi ni santo, ni demonio, sino un músico y un artista de los mejores. Mi vida está muy ligada a la música –o la música ligada a los pasajes de mi vida en la que escuché tal o cual canción-, y debo reconocer que Thriller fue por allá en el 83 u 84 (deduzco que en el 84 porque los discos y cassettes llegaban con cierto retraso en esa época a mi querido Perú), el primer cassette por el cual insistí mucho para que me lo compren. Cuando por fin lo tuve lo escuché hasta el cansancio en la grabadorita de mano de mi querida abuelita durante los tres meses de verano que solía pasar con ella, en los que eran los mejores tres meses del año durante mi etapa escolar –sí, los de las vacaciones-. Disfrute el video de Beat It, sufrí el de Thriller –no sé si por los zombies o por la sonrisa tenebrosa de Vincent Price-, y traté de forma infructuosa una y otra vez de hacer el bendito “moonwalk” con resultados francamente lamentables, y vistos a la distancia penosamente ridículos. Dos canciones de perfil bajo de ese disco fueron por aquella época mis predilectas: Human Nature y The Girl is Mine, aquel dúo con otro tremendo músico, Paul Mc Cartney .

Después en mi cumpleaños del 85, un amigo del colegio llevó a mi casa un cassette con una canción llamada In Between Days, de un grupo llamado The Cure, y mi mundo musical no volvió a ser el mismo nunca más. Michael pasó a un segundo plano, y luego de We Are The World, no hubo puja por adquirir otro disco del susodicho. Entre el colegio y la universidad fui descubriendo no sólo a The Cure sino la música ochentera que es mi preferida hasta estos días. Alguna de ella algo tarde sí, pero que mas da, igual uno puede seguirla disfrutando hasta ahora. Cómo la música de Jackson seguirá siendo escuchada y disfrutada, aunque sea tardíamente por las generaciones venideras. Porque la música tiene la particularidad de perdurar en el tiempo. Gracias a eso, uno ahora que entra a una fase más madura de la juventud, puede disfrutar la música de Frank Sinatra por ejemplo. Y supongo que de acá a 50 años, se podrá seguir disfrutando de un disco como Thriller, del mismo modo que yo lo hice en su momento, grabadora de mano en el oido, en medio de una agradable tarde de verano en el balcón de la casa de mi abuela, acompañado de ella, mi tan querida y extrañada abuelita.

Que Jackson es bueno, que Jackson es malo, que era un santo, que era un pervertido, y siguen balas para uno y otro lado....la gente seguirá hablando hasta que la tierra cubra definitivamente el cajón y sólo quede la música. Entre todas esas voces, tímida y sollozante, se alzó la de la pequeña Paris que como pudo logró decir en medio de su dolor que “Ever since I was born, daddy has been the best father you could ever imagine, and I just wanted to say I love him so much”). De tantas cosas que se han dicho y se dirán, para Michael Jackson, el ser humano detrás del personaje público, probablemente Paris y sus hermanos sean las únicas personas, y esas sean las únicas palabras que realmente le importaron y le importaran desde donde quiera que esté.

Gracias por la música mi estimado MJ. Después de eso, no estoy para idolatrarte, pero tampoco soy nadie para juzgarte.
Foto disponible en www.yahoo.com