"...Déjame que te cuente limeño, Ay deja que te diga moreno mi pensamiento...a ver si así despiertas del sueño, del sueño que entretiene moreno tu sentimiento...” (Chabuca Granda dixit –me pongo de pie y me saco el sombrero-)
Dicen que la distancia es el olvido, pero igual que Roberto Cantoral, yo tampoco concibo esa razón. Tras ocho años y medio lejos de mi país, cada día que pasa genera un inexorable crecimiento de la ligazón con mi querido Perú. También dicen que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde y algo de cierto debe tener la bendita frase, tan manoseada y utilizada por todos alguna vez en su vida. En mi caso también debe ser verdad. Viviendo en la Lima de antaño, también Lima la horrible, hoy Lima la añorada, pocas veces uno supo apreciar lo bueno y hermoso de mi ciudad. Siempre es más fácil verle la quinta pata al gato y ver solamente lo malo y lo feo, nunca lo bueno. ¡Menuda lección la que brindan los años, pero sobre todo la distancia!
¿Qué por qué se quiere tanto al Perú a la distancia? Es difícil saberlo o en todo caso poder explicarlo, ya que quizás predomina más el sentimiento que una o mil razones. En todo caso es un hecho concreto que por lo menos en mi caso –dado que las generalizaciones siempre son malas y sobre todo inexactas- ya concluí de forma irremediable que la nostalgia peruana me acompañará siempre y que el cariño por la tierra mía se mantendrá y más que eso, crecerá.
No es solamente Lima, es el Perú. Ese mendigo sentado en el banco de oro de Raimondi. Ese generoso bello durmiente de la Chabuca Limeña. Ese país que cobija en sus entrañas a Machu Pichu, maravilla del mundo aún antes que una votación por internet así lo confirmara. Es todo el Perú. Mi Perú.
¿La distancia y los años generan una sensación que lleva a idealizar el terruño lejano al extremo de recordarlo más hermoso y entrañable de lo que es? No lo sé. Puede ser, Tal vez sí. Tal vez no. Para el caso da lo mismo. Cada vez que vuelvo -ahora casi como un forastero en mi propio país-, lo veo mejorando, avanzando, creciendo, seduciéndome cruelmente a una vuelta definitiva. Quien sabe si engañándome cual mujer interesada, mostrándome sólo lo bueno y atractivo, ocultándome todo lo malo, todo lo feo. Después de todo, cuando las visitas son así, esporádicas y breves, todo siempre es bonito, todos siempre te tratan bien, todo parece un cuento de hadas en donde el único problema es que al final de la visita hay que comprar un pantalón nuevo porque los que uno llevó no cierran debido a que uno come desesperadamente y sin medida alguna todas aquellas delicias que solamente pueden comerse en el Perú (sin falsa modestia alguna, el país donde mejor se come en el mundo).
¿Qué hablar y querer desde fuera es fácil porque no se vive el día a día y las idas y venidas que sólo se sufren viviéndolas in situ? No lo sé. No creo. Alguna vez lo pensé cuando vivía en el país y leía gente viviendo fuera opinando de cosas de dentro. Pero ahora que vivo fuera es paradójico que a uno le cueste tanto desligarse de esa necesidad de estar al tanto de lo que pasa dentro. Es irónico reconocer que hoy en día reviso diariamente las noticias del Perú como parte de mi rutina diaria, quizás más que lo que las revisaba por allá. Y uno extraña. Y uno lee. Y uno se informa. Y uno se alegra. Y uno sufre –Dios sabe como sufrí a la distancia ese terremoto del 2007-. Y claro, inevitablemente, uno opina. Si eso es un pecado que le voy a hacer. Pecado de amor y nostalgia será. Ya lo cantaba Rómulo Varillas. Aquel que no ha pecado no es humano, aquel que no ha querido no ha vivido. Así que si se peca por querer a la tierra que a uno lo vio nacer, pues me declaro convicto y confeso.
Resulta digno de análisis como puede tocar a uno las fibras más intimas y hacerlo emocionar hasta el caracú, el escuchar las notas de un valsecito peruano. Uno cierra los ojos se imagina una cevichería, la Inca Kola o la cervecita, la canchita serrana para ir matando el hambre, la conversación de turno, mientras va sonando el punteo inigualable del maestro Oscar Avilés y el Zambo Cavero sentado en ese cajón que sólo Dios sabe como lo aguanta, arranca cantando “Cuando tengas que partir quiero que sepas, que estaré pensando en ti todos mis días, vivirás en mi alegría y mi tristeza, reinarás en el altar del alma mía, ... cada domingo a las doce saldré a la ventana para esperarte como antes después de la misa” (Pausa para esperar que el nudo en la garganta desaparezca o para que se piante de una vez el lagrimón).
Ahora que a la distancia, en una tierra que ha sabido acogerme con cariño y con la que corresponde ser agradecido, me casé con la mujer con la que Dios tuvo a bien bendecirme, y a la que amo con un amor que crece día a día, debo aceptar que, aunque nada es imposible, la vuelta definitiva luce muy lejana perdiéndose al final del horizonte. Si así ha de ser, estoy claro que ese cordón umbilical que me une a mi querido Perú no va a romperse nunca y que como reza la canción “sobre mi pecho llevo tus colores y están mis amores y cuando yo muera me uniré en la tierra... Contigo Perú”.
Chicha y mazamorra morada. Santa Rosa, San Martín y Cristo Moreno en morada procesión, con olor a sahumerio y turrón de Doña Pepa de por medio. Clásico mi Alianza frente al acérrimo pero necesario rival en mi íntimo Matute o en el gigantesco Monumental en ese fútbol nuestro que seguimos a pesar que las glorias y triunfos sólo se recuerden en blanco y negro. Pinglo y Chabuca. Cavero y Avilés. Fiesta Criolla y Embajadores también Criollos. Lucha Reyes y la incomparable Eva Ayllón –me pongo de pie y me saco el sombrero otra vez-. Gianmarco y el Maestro Juan Diego Florez. Tilsa Tsuchiya y Fernando de Szyszlo. Vargas Llosa y Bryce-Echenique. Tiro, voley y surf u oro, plata y campeonato mundial que es lo mismo. Costa, sierra, selva, vals, huayno y cumbia.
Perú. Mi Perú. Con todos sus contrastes. Con todas sus oportunidades. Con su pasado milenario. Con todo lo malo y lo feo. Pero también con todo lo bueno. Perú. Mi tierra, mi familia, mis amigos, mi música, mi fútbol, mi comida. Espero que sepas comprender y perdonar la distancia, pero sabes que te sigo queriendo o lo que es más peculiar, te quiero aún más. Te amo Perú, Generoso Bello Durmiente.
Sí, demasiada nostalgia lindante con la cursilería, que se le va a hacer... Cholo soy y no me compadezcan... feliz 28...aquí, allá o acullá... ¡Que Viva el Perú carajo!
* Esta es nueva versión de escrito hecho hace dos años, mejorada y "reloaded"