De María, mi Madre, ¿qué puedo decir? Que en mi vida siempre he sentido su amoroso manto de amor e intercesión por mí ante su Hijo. No habrá sido casualidad haber estudiado en un colegio “Marista”, ni el hecho que ya mayor en mi permanente –y no pocas veces fallida- búsqueda de coherencia entre lo que hago y lo que digo y profeso, su figura y su ejemplo de fe, confianza y abandono en Dios, sean un aliciente para continuar en el intento. Cada 8 de diciembre, mi primer pensamiento al despertar está dirigido a saludarla en su fiesta de la Inmaculada Concepción. De María podría escribir interminables párrafos. Hoy me basta con dejar en claro que la venero con devoción y que doy Gracias a Dios por Ella, mi Madre María.
En 1980 era poco y nada lo que yo sabía de The Beatles, así que no voy a venir a decir que recordaba lo que hacía cuando me enteré de la noticia de la muerte de John Lennon. Recuerdo sí, que leí la noticia o la vi en la tele y que en aquel momento lo que me pareció más incomprensible fue que el asesino, Mark David Chapman, le había pedido un autógrafo par de horas antes, como inmortalizó una foto de Paul Goresh. Aprendí a disfrutar de la música de The Beatles muchos años después, y mientras más pasan los años, más disfruto y valoro la dimensión que dicho grupo tuvo en la música de nuestro tiempo. No cabe duda alguna que hay un antes y un después de Lennon, Mc Cartney, Harrison y Starr. A treinta años de su temprana y absurda desaparición, la figura de Lennon se hace más mítica y legendaria y como sucede con figuras de esa relevancia y de trágico final, se resalta –y hasta exagera- lo bueno, y se deja de lado lo malo o lo polémico. Como personaje, Lennon no deja de ser tan ángel como demonio, como refiere Diego A. Manrique, pero al que a mí me interesa recordar siempre es a John, el artista, el genial miembro de The Beatles. Lo bueno con la música es que ahí están los LPs, cassettes, discos compactos y ahora hasta iTunes, para dejar constancia imperecedera de tantas buenas canciones.
Lo que sí recuerdo, y nunca podré olvidar, es como viví aquel 8 pero sobre todo, el 9 de diciembre de 1987. Del 8 –feriado en Perú- recuerdo que escuché en casa de mi adorada abuelita el resultado del partido en Ovación “un Perú en sintonía” y con la alegría de saber que Alianza ganó en Pucallpa y que el equipo de Marcos Calderón se afianzaba en el campeonato, fui con la familia a escuchar Misa de la Inmaculada Concepción a las 8 de la noche en la parroquia Santa Rita de Casia. Recuerdo el detalle porque durante los meses siguientes me atormentó la idea que en el mismo momento que escuchaba misa, los jugadores de mi querido Alianza morían en un trágico accedente.
El 9 vuelve a mí con una claridad de High Definition. Mi hermana susurrándome que “están buscando el avión de Alianza que no aparece”, el brusco despertar para ver Buenos Días Perú y poder escuchar en algún momento la noticia esperada: que el avión había sido encontrado y todos estaban bien. La realidad que le pega un cachetazo a la esperanza cuando las primeras noticias confirman la caída del avión y la aparición de dos cuerpos, uno de ellos del utilero Andrés Eche. La bronca de saber que el avión llegó a pasar por el aeropuerto, pero debió dar una vuelta adicional y allí se produjo la tragedia. El estado de negación de la realidad en el que me sumí: estaba pasando, pero tenía que ser una película, eso no podía ser verdad. Prender la radio para escuchar “La mañana de El Veco” y que el entrañable periodista uruguayo me dijera que lo anterior era una broma de mal gusto; pero no. Sólo encuentro a don Emilio quebrándose y rompiendo en llanto al comentar la noticia. Para un adolescente apasionado de forma radical con el fútbol y aliancista hasta el tuétano se derrumba el mundo y cae la noche aunque apenas estemos por llegar al mediodía. Recluido en mi cuarto, continúe escuchando la radio (que en esas épocas sin cable y sin internet, realmente estaba “más cerca de la gente”). Quería que RPP, Radio Cora, Panamericana, alguien me dijera que todo era una pesadilla y que mi hermana no me había despertado, sino que seguía viviendo un mal sueño del que en algún momento tendría que despertar. Si hasta terminé escuchando al polémico Tito Navarro. Para qué, escucharlo conmovido y sin palabras, justo a él, sólo sirvió para apesadumbrarme más. No recuerdo haber comido. Recuerdo haber vivido con un nudo en la garganta que se rompió para dar paso a las lágrimas interminables cuando escuché a Didí llorar en Ovación entrevistado por Pocho Rospigliosi, mientras recordaba a sus muchachos, a sus potrillos (aún hoy me estremezco al escribir ese recuerdo).
Debo haber quedado en estado de shock por muchos días. Ya de vacaciones en el colegio sólo pasaba los días pegado a la radio y al televisor esperando que aparezcan los benditos cuerpos que el mar se negaba a devolver. Recuerdo el estadio, aquellos arreglos florales en la cancha en la posición de cada jugador, aquel partido contra Independiente de Avellaneda a estadio lleno, mezclando el aliento con las lágrimas. Esas lágrimas que hicieron que mi padre me advirtiera que dejaría de ver televisión si seguía hecho una magdalena ante la noticia de un nuevo jugador aparecido, porque me estaban haciendo daño. Ese mismo padre –otro aliancista empedernido- que apenas una noche después de esa advertencia, lloraba como un niño junto a mí frente a la tele al ver en “90 segundos” la aparición y sepelio del querido José “Caíco” González Ganoza, que con sus 33 años, era el más “viejo” de los jugadores que se fueron para no volver.
A la distancia, con más años y menos apasionamientos, con mayor frialdad, uno hasta se sorprende de cómo pudo haberle afectado tanto esa tragedia. Pero seguramente, si tuviera la misma edad, en las mismas circunstancias, me hubiera afectado como sucedió. Después de todo se dice que el fútbol es un sentimiento y los sentimientos te hacen reír, y te hacen llorar. Otros dicen que es un arte, y el arte conmueve. Así que esas lágrimas bien vertidas estuvieron y esa pena tuvo razón de ser, así como este recuerdo nunca estará demás.
Me parece increíble que, como si fuera un soplo de vida, ya hayan transcurrido 23 años desde aquella fatídica jornada. Y sin embargo, no hay 8 de diciembre en el que no haga una oración por el descanso eterno de todos los fallecidos en aquel accidente, pero en especial por el Chueco Marcos, Caíco, Sussoni, Pechito, Reyes, Watson, Tejada, Mendoza, Peña, Chamochumbi, Cavero, Garretón, Tomassini, León, y los inolvidables potrillos José Casanova, Carlitos “Pacho” Bustamante, y el 19, Luis Antonio “El Potrillo” Escobar. Todos ellos, siempre presentes en mi corazón aliancista.
8 de diciembre. Menuda fecha, vaya que sí.
* Imagen de la Inmaculada Concepción disponible aquí.
* Imagen de John Lennon disponible aquí.
* Imagen de Alianza Lima del 8 de diciembre de 1987 disponible aquí.
1 comentario:
Excelente! Esperando ya el próximo posteo!
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