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Robert Smith, el mítico líder de The Cure, finalmente en Lima
Foto: Miguel Bellido - elcomercio.pe |
Escuché a The Cure allá por el año 1986. Fue mi amigo Toño
que un día apareció en casa con un cassette variado que incluía “In between
days” dejándome en claro que ese era un “grupazo”. Recuerdo con claridad
meridiana que fue un catorce de febrero de 1987, que caminando con mi adorada
abuela por el Jirón de la Unión, entre a una tienda de discos y compré mi
primer cassette de los liderados por Robert Smith, aquella compilación de
clásicos llamada “Standing on the beach”. En el día del amor y la amistad, comenzó
un romance sin fecha de vencimiento con The Cure.
Recuerdo aquellos años del colegio donde ahorraba a punta de
dejar de comer en la cafetería para juntar y comprar los cassettes
“caleta” de The Cure. Conocido el fanatismo, ya directamente me los ofrecían.
No sé si pagaba sobreprecio o no, pero no me importaba: ante la falta de discos
de The Cure en el país, tener una copia bien grabada de algún disco previo de
ellos, como podía ser el “17 Seconds”, o de algún concierto como el “The Cure in
concert 1984” bien valía la pena el esfuerzo.
Épocas de ropa negra y escuchar los cassettes hasta la
saciedad, con el riesgo de desgastarlos, y de hartar la generosa paciencia de
mi familia (recuerdo a mi padre llevándome al examen de ingreso de la Universidad
diciéndome “si quieres pon el cassette de esos pelucones que te
gustan”, sabio él, llegué relajadísimo al examen). Paciencia que no tuvo uno de
mis hermanos de la universidad, que terminó botando por la ventana de su auto
un cassette con tres versiones distintas de “Never Enough” cuando intenté
escucharlo por enésima vez mientras me llevaba a casa. “Me parece que es hora
que empieces a escuchar otra música y no solo The Cure” me dijo ante lo
fanático que andaba por aquella época. Y sí, aprendí a escuchar otros grupos y
cantantes y a valorar varios de ellos (especialmente los Beatles), pero sin dejar de lado mi gusto y pasión
por The Cure.
Vaya hombre de poca fe. Cuando menos lo esperaba, un viaje
que ya tenía previsto a Lima coincidió con el mejor anuncio que podía recibir:
The Cure va a Lima. Sin pérdida de tiempo mi hermana adquirió las entradas y el
miércoles 17 de abril de 2013, en el Estadio Nacional de Lima –sí, encima en mi
propio país- mi sueño utópico, se hizo realidad.
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Robert y compañía "dejaron todo en la cancha"
con más de tres horas y media de la mejor música
Foto: Miguel Bellido - elcomercio.pe |
Sencillamente no puedo describir con palabras lo que
sentí cuando a las 8.50 p.m. apareció en escena el inigualable Robert Smith. No puedo. Me sentí
otra vez el adolescente aquel que alucinaba con los videos de In between days y
de Close to me, y como en una película, de golpe me vinieron recuerdos de 27
años de devota fidelidad. Levanté los brazos al cielo, solté un par de
palabrotas y un agradecimiento a Dios ciertamente más publicable que las
palabras previas. Ahí estaba Robert junto a su socio de toda la vida, Simon
Gallup en el bajo, Roger O’Donell yendo y viniendo en los teclados desde 1987,
Jason Cooper que un buen día llegó a la bateria a reemplazar a Boris Williams y
sin querer queriendo ya tiene 18 años con el grupo, y Reeves Gabrels, ese
tremendo guitarrista con pinta de tío bueno, que acompaña al grupo en las giras
desde el año pasado. Ahí estaba The Cure, y yo viéndolos en vivo y en directo a
pocos metros del escenario aún sin creérmelo.
Arranca el concierto con Open y High, tal como arranca el
disco Wish, para seguir con The end of the world, la canción que más sonó de su
disco The Cure: el sónido está perfecto y permite disfrutar de la
interpretación de los músicos y comprobar que la voz única de Smith se mantiene
intacta. Llega Lovesong, la primera de las canciones “conocidas”, pero nuevamente
da paso a una canción poco comercial, pero que resulta ser una de mis favoritas
de siempre: Push, del "The head on the door". Mi emoción es tremenda, cuantos
recuerdos juntos en una sola canción. Por si fuera poco, la canción que sigue
es nada menos que In between days, aquel primer tema que escuche de ellos,
aquel primer video que ví del grupo, aquella canción que ciertamente se sabe
todo el mundo. Pongo a prueba mis pies con saltos y bailes, la garganta
raspando y el corazón a mil… ¡In between days en vivo carajo! Estoy tratando de
recuperar aire, pero para qué, ahí sigue Just Like Heaven, una de las clásicas
radiales. Después de la tormenta viene la calma, y tras una deliciosa
interpretación de From the edge of the deep green sea, el grupo nos regala un
tripletazo de clásicos del "Disintegration": la hermosa Pictures of you (la
ensalada de recuerdos en la cabeza amenaza con explotar de emoción ante otra de mis canciones favoritas), Lullaby
–donde Robert fue Robert jugando con sus movimientos “arácnidos”, y la potente
Fascination Street.
Tras honrar su ultimo disco con Sleep when I’m dead, vuelven
al ataque con una lluvia de cuatro clásicos de sus discos de inicios de los
ochenta: Play for today y la oscurísima A Forest del "17 seconds" – el coro de
“oh oh ooohhh oh ohhhh oh ohhhhh” acompañando los teclados en la primera y las
miles de manos elevadas acompañando con aplausos el final de la segunda, me
sirvió para estar claro que así como había gente que desconocía las canciones,
habían muchos que sí estaban al tanto de las mismas, disfrutando del concierto
y siguiendo rituales propios de los conciertos del grupo-; Bananafishbones una
rareza del "The Top" y el clásico The Walk del "Japanese Whispers".
Luego siguen tres canciones que van juntas y no por
casualidad: son canciones con mensajes alegres, positivos, trasladados con
melodias llenas de entusiasmo –sí, The Cure también tiene de esas canciones,
que no todo es oscuro-, Mint car es aquella canción donde Robert no da crédito
a estar contento, lo que lo hace gritar, de alegría, con la certeza que siempre
sera así, juntos, por siempre y para siempre; Friday I’m in love aquel hit
radial donde comenta sus sentimientos de todos los días de la semana, coreado y
saltado por todo el estadio, tanto que me detuve a observar el mismo, el campo,
las tribunas, hasta los palcos, las casi cuarenta mil personas, todos cantaban y saltaban, fue un momento
realmente genial, un momento perfecto para dejarse ir y ser feliz, como reza la
canción que siguió, Doing the unstuck.
Pero The Cure no es The Cure sin sus letras profundas
impregnadas de melodías tan apasionadas, dulces, desgarradoras, o melancólicas
según sea la ocasión. Así arranca un segmento con Trust, otra de mis
favoritas que cuenta la historia de un
amor imposible a pesar de amar más de lo que las palabras pudieran decir.
Escucharla en vivo es emocionante hasta el caracú. The hungry ghost y Wrong
number dan lugar a una de las clásicas del grupo, acompañada por imágenes de guerra y destrucción: la brutal One hundred years. Las piernas ya no dan más y
la garganta pide tiempo, así que la llegada de End para finalizar el larguísimo
primer set viene como anillo al dedo para retomar energía.
Los siguientes dos encores pueden haber resultado tan
desconocidos para los curiosos, como deliciosos e inolvidables para los
fanáticos: el primero dedicado a tres canciones del "Kiss me kiss me kiss me": la
enérgica The Kiss –si Gabrels, Gallup y
Smith disfrutaron su derroche de bajo y guitarra en la introducción de la
canción, solo puedo decir que yo la disfrute más-, dando paso a los sonidos
hipnóticos de If only tonight we could sleep, y terminando con Fight, canción
que también cierra aquel disco doble de 1987. Dicen que el "Disintegration" es
junto al "Pornography" y "Bloodflowers" la trilogía de discos de culto de todo
aquel que se precie de ser fanático de The Cure por su letra y música densa,
estremecedora, tierna y depresiva, profunda e incorruptible. Como para
corroborarlo, hace diez años el grupo realizó una serie de conciertos
inmortalizados en un dvd-bluray llamado "Trilogy", donde interpretan los 3 discos
de forma seguida. Así que el segundo encore, fue mandado a hacer para los
fanaticos: tres canciones del Disintegration. Que digo tres canciones, tres
joyas de The Cure: entre los sonidos de campanas y brillos de estrellas en el
escenario, irrumpe el sonido del avión para que en Plainsong Robert nos diga
que algunas veces se siente como viviendo en el borde del mundo, momento
especial del que nos despierta el guitarreo de la oscura Prayers for rain, como
paso intermedio para hacernos llegar a la densa y triste Disintegration. La
entrega del grupo es total y la de Smith muy especial. No sería la primera vez
que al interpretar sus canciones en vivo, Robert revive con intensidad
recuerdos del pasado, por eso yo juraría que al final de la canción, cuando el
mítico vocalista nos decía que sabíamos como terminaría todo, el hombre se
emocionó y estuvo al borde del llanto –mientras yo , ciertamente, estaba al
borde del éxtasis total con tanta buena música, tanto recuerdo, tanto The
Cure-.
El tercer y ultimo encore comienza con un pequeño jugueteo
entre Cooper y Smith que por ahí pasó medio inadvertido. Jason haciendo un breve solo de batería y Robert comentando que eso lo hace feliz –ignoro si lo hacen en cada concierto o si
acaso fue un guiño del baterista a su líder para aligerar la emoción que comentaba de Smith al final del encore
previo-. A partir de ahí casi cuarenta minutos de climax total in crescendo,
apto para fanáticos, para los que conocen los hit radiales y para los que
gustan simplemente de la buena música. Tras la coqueta Dressing up, suenan los
teclados para bailar con The Lovecats y estremecerse con The Caterpillar –me
viene a la mente que esa era la canción favorita de The Cure de mi papá-. Es la hora de que Robert
cante, baile y juegue y haga cantar, bailar y jugar al public con la clásica
Close to me. Y va de recuerdos. Me quedo afónico gritando el “hey, hey hey” de
Hot, Hot, Hot, y vociferando que no me importa si no te importa, no lo siento
si no lo sientes, no lo quiero si no lo quieres, en Let’s go to bed. Pero hay
que sacar voz y piernas de donde no hay porque llega otro hit radial: Why can’t
I be you? La gente en campo alrededor mío se vuelve loca y vuelvo a dar una mirada a las tribunas: todos bailando sin saber que ya no iban a parar. Es el
momento del clásico de clásicos: Boys don’t cry. Estoy al límite en todo orden,
emocional, físico, de voz, pero es imposible no saltar y cantar toda la canción.
No hay tregua, casi al final viene la canción con la que comenzó todo: 10.15
Saturday night. Nuevamente el “oh ooohhh ohhhh oh oh oh oh ohhh” que acompaña la
guitarra de Smith y los brazos en alto aplaudiendo al final de la canción de la
mano del bajo de Gallup, delatan el gran número de fanáticos fieles del grupo al
que poco le importa que son casi las 00.30 ya del jueves y que en pocas horas
hay que levantarse a trabajar. Para el final otro clásico del grupo, Killing an
arab y la locura es total. La canté, la disfruté, la salté, la bailé con
furia, sabiendo que era la última canción y que no había excusa alguna para
salir del concierto de mi grupo favorito sin haber dejado literalmente todo en
el campo del imponente Estadio Nacional. Nuevamente vuelvo a darle gracias a
Dios por haberme permitido vivir ese momento, por haber permitido que se
cumpliera mi sueño de toda la vida. En medio de la ovación final Robert
agradece con aquel “Gracias” masticado que usó par de veces a lo largo del
concierto y suelta un “los veré de nuevo” en inglés, para luego dejarse
aplaudir buen rato antes de dejar el escenario.
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Reeves Gabrels en la guitarra y Simon Gallup en el bajo junto a Jason Cooper en batería y
Roger O'Donell en los teclados, con Robert Smith al frente: The Cure hizo realidad los sueños
Foto: Miguel Bellido - elcomercio.pe |
Pocas veces se puede disfrutar de un concierto tan
brutalmente honesto como el de The Cure: 41 canciones, 3 horas 35 minutos,
canciones de todos sus discos, salvo Bloodflowers, 3 encores, entrega total del
líder, en plenitud de voz y de forma, cantando y encantando a sus
incondicionales sin necesidad de frases tribuneras, bastándole con sus guiños y danzas particulares, en mi caso, en realidad, bastándole con aparecer en el escenario; entrega total de la banda, con Cooper incansable con sus redobles en
la batería, O’Donell imperturbable disfrutando de su teclado, Gabrels
sacándole todos los sonidos habidos y por haber a su virtuosa guitarra, y el
viejo y querido Simon Gallup, tocando su bajo sin dejar de bailar y brincar un
solo momento a lo largo de las más de tres horas. Brutal y honesto, porque no
se limitaron a tocar hora y cuarto como hacen muchas “estrellas” de hoy bajo la premisa de tocar las canciones conocidas y listo, sino que hicieron un recorrido total a
su vasta y ya histórica carrera, para deleite indescriptible de sus fanáticos,
los que como yo, atesoraremos la noche del 17 como uno de los recuerdos más gratos
de nuestra vida.
Cuando salíamos del concierto, le comentaba a mi hermana mi
admiración por que la había visto disfrutar el concierto de principio a fin. Me
sorprendía porque después de todo el fanatico del grupo era yo. “No debería
sorprenderte tanto” me dijo. “aprendí a gustar de The Cure de escucharlo
tanto y tantas veces cuando tú los disfrutabas en tu cuarto. Para mí también
fue el mejor concierto que he visto en mi vida”. Me emocioné. Por si no fuera
suficiente lo vivido, aquel comentario de mi hermana y su abrazo diciéndome que
estaba feliz de haber compartido ese momento conmigo, cerró con broche de oro
una noche inolvidable; la noche en la que los sueños dejaron de ser solo sueños,
y por lo menos en mi caso, se hicieron una inolvidable realidad.
* El que llegó hasta aquí se habra dado cuenta que este es el relato de lo que viví como seguidor de toda la vida de The Cure, mi grupo favorito. Obviamente habrá gente que disfrutó como yo (imposible más que yo), y gente que quizás disfruto menos. Cada quien con su opinión, por demás respetable, después de todo, en gustos y colores no han escrito los autores. Para mí fue un sueño hecho realidad y no podía dejar de reflejarlo en mi blog.