Hora de almorzar. Por salud mental decido almorzar en la oficina. Me he rendido porque en honor a la verdad eso de ir, buscar el auto, salir del estacionamiento, encontrarme con la madre de todos los tráficos apenas en la mismísima puerta de mi aposento laboral y perder cuando menos diez, quince minutos en salir a la avenida me quita la paz. Y una vez en la avenida, entonces el semáforo, o lo que es peor el policía de tránsito. Una vaina. Y si agrego en el panorama al resto de conductores que deduzco deben estar tanto o más incómodos que yo y dan rienda suelta a toda su (falta de) educación y respeto, para cuando logro pasar el semáforo ya no tengo paz, no tengo paciencia, no tengo hambre y ni siquiera tengo tiempo porque la bendita hora de almuerzo se convirtió de repente en media hora y el reloj sigue bajando.
Así que me quedo en la cafetería. Con ganas de comer y descansar, de poner la mente en blanco y no pensar en otra cosa que no sea nada. Sólo comer y deambular en medio de la inmortalidad del chanchito mientras como.
Pero claro, antes de eso tengo que soplarme la fila para buscar la comida. Y cuando llego, compruebo todas las teorías que uno estudia en la Facultad de Derecho sobre los monopolios y sus consecuencias en el mercado y los consumidores. No hay variedad, siempre lo mismo, pero si me quiero quedar, pues cállese y coma más de lo mismo. Me cobran como el Costa Verde, pero me sirven como si estuviera en una campo de batalla con la comida racionada. Las piernitas de pollo que venden (porque jamás encontraré una mísera pechugita ni de una gallinita que apenas use formador), son las más chiquitas que he visto y vaya que he comido pollo en mi vida. Pero no hay de otra. Me quejo a la que parece ser la administradora de la Cafetería. Peor aún. Me mira complaciente, asiente con la cabeza y se queda sonriendo, como diciendo sí cuñadito, habla todo lo que quieras, si no lo quieres lo dejas y no almuerzas...o anda saca tu auto y disfruta del tráfico de mediodía... Le sonrío yo también. Después de todo detrás de mi sonrisa también puedo dedicarle pensamientos cariñosos propio de "parental advisory" por su contenido explícito. Si se trata de pensar detrás de una sonrisa, lo siento amiga, no tienes ni idea las cosas que puedo pensar.
Ahora falta la fila para pagar. Comienzo a pensar si no estoy perdiendo tanto tiempo como en el semáforo de la avenida. Al menos no gasto gasolina, me consuelo resignado. Dos minutos que por otros cinco dan diez. Finalmente llego y pago. Justo a tiempo. Entre el hambre y la bilis que uno hace entre tanta fila, todas las potenciales afecciones gástricas se relamen del gusto en medio de un estómago vacío.
Y me siento y es hora de comer. Busco un rinconcito donde pueda descansar de todo y de todos y lo encuentro. Empiezo a comer mientras la mente disfruta ponerse en blanco llegando a no escuchar el ruido de las conversaciones a mi alrededor. Pero alguien me despierta de mi soñar despierto. '¿Está ocupado?' tengo tantas ganas de decirle que sí, que el soldado desconocido está por llegar y yo le estoy guardando sitio, pero no me queda otra que decirle que puede sentarse. Adiós paraíso. Al menos espero que se dedique a comer y que no se le ocurra ponerse a conversar. Que ave de mal agüero que soy conmigo mismo. Arrancó el monólogo. Por más esfuerzos que hago por ser políticamente incorrecto, el mismo se tiene que convertir en conversación so pena que mi antosocialidad quede al descubierto si es que la misma no es ya de por sí evidente. Después de todo, el necio que pretendió disfrutar de un oasis en medio de una cafetería pública soy yo, que culpa tiene el tipo cuyo disfrute está en comer y conversar. O dado lo verborrágico que resulta el flaco, bien puedo decir que lo suyo es conversar y si le da tiempo, comer. Que garrón. Ahora ni disfruto la comida pasándomela casi sin masticarla para acabar lo más pronto posible, que mi diplomacia es casi tan escasa como mi paciencia. Las amenazas gastrointestinales nuevamente de plácemes. Estoy haciendo todo lo contrario a lo que recomiendan los doctores: 'mastica mucho, por lo menos veintiocho veces'. Ahora yo mastico a veces y a lo loco. Termino, y aún con la boca llena y el esófago pidiendo chepa suelto un impronunciable y en consecuencia inentendible 'buen provecho' y salgo disparado sin darle oportunidad a que haga de la despedida otra conversación.
Vuelvo a la oficina con barriga llena pero no contento. La digestión deberá hacerse un lugar entre mails, memos, despachos, llamadas y siguen firmas. Pretender hacer la misma sentadito en la cafeta unos cinco, diez minutos post comida resultó obviamente una ilusa utopía. Mientras tanto que mi auto se prepare. Mañana a las 12.00 salimos juntos. Lo voy a invitar a almorzar. Al menos él se quedará paradito en la puerta de casa sin hablar y yo podré comer apurado sí, pero haciendo del silencio un postre inigualablemente delicioso.
1 comentario:
ay Pedro, siempre he tenido la convicción, y por eso siempre lo he dicho, de que el silencio, tanto como la soledad, son muchas veces necesarios. Poder tener esos lapsos de tiempo para poder darle vueltas a la inmortalidad del chanchito, en tu caso, y a la inmortalidad del cangrejo, recordando el caso de un amigo. No pude envitar reirme en muchas de las líneas escritas, en donde saltan tu desesperación e indignación. Pero bueno, al menos sientete con la dicha de que tienes y puedes tomarte ese tiempo para comer, que muchos, como en mi caso, no lo tenemos, porque trabajamos corrido. Un beso bien grande, recuerda que se te quiere...mucho, y... bon appetit.
AHH, se me olvidaba, muy bonito el escrito "Entre líneas".
Publicar un comentario