El último día de colegio tampoco lloré. Tenía muchísima alegría. Yo diría que ese debe haber sido uno de los días en los que más disfruté una auténtica sensación de libertad y victoria. El cumplimiento de una etapa de la vida, la finalización del colegio, el compartir la algarabía del resto de mis compañeros, sonrientes a más no poder, descamisados todos mientras la blanca prenda perdía su pureza a punta de dedicatorias y firmas de los demás muchachos con plumón, lapicero y lo que hubiera a la mano, era un día donde uno estaba para disfrutar de lo que pasaba, y no para pensar en lo que dejaba.
¿Qué se dejaba? Once años de innumerables experiencias tras las cuáles aquel pequeñito tímido y silencioso se convirtió en el adolescente un poco menos antisocial que salió del colegio, dispuesto a enfrentar el siguiente paso, enfermo de The Cure, devoto del Alianza y seguidor de todos lo que sea fútbol. Pero se dejaban también amigos y compañeros de muchos años con los que uno creció, con los que uno se divirtió, jugó, rezó, sufrió y vivió hasta más no poder. En ese momento no era consciente –y deduzco que la mayoría de ellos tampoco- que por encima de las promesas de juntarnos y vernos para no perder el contacto, con la mayoría no nos volveríamos a ver en años, y con algunos nunca más... quien podía saber algo del futuro cuando el presente todavía no terminaba de despedirse....quien podía ponerse nostálgico a cuenta, cuando la alegría y el regocijo era el sentimiento correcto para un momento como aquél...
Guardo gratos recuerdos de mi experiencia por el colegio. Si hubiera alguno ingrato, con los años he decidido que para que el disco duro de mi memoria no se sature, debo darle delete a cosas que no aportan y dejar aquellos recuerdos que al pensar en ellos me traigan alegría y una sonrisa en la cara. Y del colegio hay muchos, tantos que no alcanzarían para ponerlos en un blog sin que se corra el riesgo de volver la nota larga, tediosa y aburrida.
¿Qué me viene a la cabeza ahora mismo?
- Los partidos de fulbito con ‘chapita’ en los recreos. Cuando había una pelota era un día especial, pero también se corría el riesgo que cuando la misma caía en pies de los de años mayores, la ‘volaran’ para embromarnos la paciencia. Con la chapita en cambio, no había pierde. Total, chapitas había para regalar... Había que ver la destreza que se alcanzaba a tener para jugar con tan diminuto ‘balón’.
- Los campeonatos de fulbito de los primeros años... yo llegue a jugar de pequeño (y mal no jugaba)... luego ya no tanto...pero en esos años el recuerdo me atraganta la garganta porque me trae a la mente a mi adorada abuelita, la fanática número uno –cuando no la única- de su nieto, que no se perdía ningún partido cuando el jugaba (como al poco tiempo ya jugaba poco y nada, mi abuelita pudo dejar sus oficios de barra brava tranquilos, je).
- Los meses de mayo. Es curioso. En aquel tiempo no terminaba de valorarlo, pero al estar en un colegio marista, mayo era el mes más especial al dedicárselo a la Virgen María. Vuelvo al punto, sentía ese regocijo especial pero se me pasaba rápidamente... y sin embargo, todo eso se me quedó grabado en algún lugar, porque la presencia de la Madre en mi vida y mi reencuentro con ella desde hace ya unos años me permitió darme cuenta que todo aquello no fue en vano, ni me entró por un oído y se fue por el otro...soy mariano, y el colegio tuvo mucho que ver en ello.
- La inolvidable ‘barra brava’ del básquet en el campeonato de Adecore del 88. En ese último año del colegio la base del equipo era obviamente de nuestra promoción. No sólo por ser los mayores, sino porque eran los mejores. Kike, Paolo y los demás muchachos impusieron desde el primer partido condiciones y nos hicieron ilusionar con ganar una medalla en nuestro último año...y la barra se fue armando y emocionando. Fanáticos como éramos del fútbol, se hizo una mezcla de costumbres de hinchadas peruanas (los ‘contómetros’ a la cabeza) con cánticos de barras argentinas (y papelitos y banderas)...y vaya que esa barra fue la mejor de todas... no sé si antes hubo en el básquet de Adecore una como aquella...y si la hubo después, pues la nuestra fue pionera. Y el equipo no nos defraudó: tras derrotar a todos los rivales, en Barranco, en el Callao y donde sea, perdió la semifinal con Santa María en un 51-50 de infarto y ganó merecidamente la disputa del tercer lugar contra Inmaculada en el Maristas, una noche en donde el legendario Cachaquito tuvo su vuelta más imborrable: Con el desparpajo que siempre tuvo, de repente cuando menos se pensaba, en un tiempo muerto salía corriendo de la barra con la bandera del colegio en la mano y daba la vuelta al court mientras la barra cantaba cuando la termina y empezaba a subir el “sube Cachaco sube, sube Cachacho sube"... un clásico... hasta que justo ese día en el Maristas, cuando subía triunfante a coliseo lleno y ovacionado por la barra, plaf! el hombre se tropieza y trastabilla, pero no perdió ni la compostura ni la frescura, se paró muerto de risa y concluyó su vuelta como si nada... ¡que grande Cachaquito!
- ¡El Club Viernes! Los viernes en la secundaria eran días especiales, no sólo porque terminaba la semana de clases, porque empezaba el fin de semana y porque al final del día podría ir a pasar el fin de semana con mi abuelita, sino porque después de clases uno se quedaba a jugar fulbito con el colegio vacío y la canchita a disposición de la veintena de muchachos que nos quedábamos hasta que la luz del solar daba paso al atardecer barranquino. El bendito Club Viernes, querido Club Viernes, inolvidable Club Viernes. Deben haber sido de los mejores momentos de mi vida en el colegio. Porque éramos un grupo de compañeros y amigos que jugábamos por el placer de compartir y de jugar fútbol. Ahí jugábamos todos: los que no sabían jugar, los malos, los cumplidores, los entusiastas, los buenos, los muy buenos y hasta los seleccionados... todos mezclados, sin distinción... disfrutando de las buenas jugadas, pero también de los bloopers hasta que el cuerpo no daba más...ahí estaba el burrito con sus disparos fortísimos que o eran gol, o dejaban un moretón al que le caía...o mandaban la pelota fuera del colegio... ahí estaba el potrillo, chazita, pofavó, el goleador histórico, foquito, toño, renzo, ivan, oscar, luchito, metaleno, el chumpi, jano, kike, aldo... todos, me faltaría espacio porque creo que en su momento todos alguna vez pasaron por el club y fueron sometidos a la correspondiente calificación de “El Gráfico” con sus particulares comentarios... esas tardes de viernes no se me borran nunca de la memoria y del corazón...
- Clases con profesores de todo tipo, queridos, resistidos, inolvidables, pasajeros; retiros, actuaciones, el viaje a Cusco al que no todos pudimos ir pero los que fueron lo gozaron, bien gozado, los muchachos que integraron la banda, los desfiles de fiestas patrias, los sanguchitos del kiosko, el descubrimiento de The Cure, y eso de ahorrar para comprar los cassettes ‘caleta’ que ‘nadie’ tenía, tantas cosas, tantos recuerdos...
Recuerdos que los muchachos en Lima podrán revivir este domingo 27 en la celebración de los 20 de la 88. Me alegra que se vayan a juntar, me alegra que la convocatoria haya prendido, y me alegra que vaya a salir lo bien que va a salir sin ninguna duda. Yo a la distancia me lo voy a perder, pero confío disfrutar los relatos, fotos y videos que a partir del lunes 28 los presentes empiecen a compartir.